Hace unos 24 años yo trabajaba en la Unidad de cuidados intensivos de neonatología del Hospital Juan. A. Fernández. Hacía unos seis años que me había recibido. Trabajaba con las madres de los bebés internados, en su mayoría nacidos prematuros. Hacíamos grupos de elaboración para las madres y observaciones e intervenciones tempranas del vínculo madre/ bebé. En ese momento funcionaba la “Residencia de madres”. Era un lugar pensado para alojar a las madres que vivían lejos del hospital y que al recibir su propia alta médica, necesitaban un lugar donde permanecer ya que el bebé continuaba internado. Era una situación privilegiada trabajar con ellas. Vivían allí, tenían un equipo de gente de alguna institución caritativa que les hacía de abuelas a estas madres a quienes les proveían todo lo necesario, además de ser un aporte económico importante para el servicio. Digo que la situación era privilegiada, a la vez que compleja legalmente para el hospital, porque estas madres no eran ya pacientes del mismo, pero vivían allí en este sector que era un ala del cuarto piso. Recuerdo con nostalgia el hospital en el que ocurrió esta experiencia que voy a relatar. Tiempos del retorno de la democracia en nuestro país. Yo había presentado un proyecto para trabajar allí, proyecto que fue aceptado y promovido por el jefe del servicio. Era ad honorem, aunque la paga era la enorme experiencia que adquiría en ese tiempo. Recuerdo también con mucho cariño a las mujeres de esa institución de caridad que sostenían a las madres, y a mi misma con mucha ternura. El café con el que me esperaban y su intento de proveer todo lo que yo necesitaba para mi práctica.
Fue por esa época que conocí a una mujer, madre de un bebé que había nacido prematuro y que estaba en un estado muy crítico. El bebé permaneció en el hospital unos seis meses y luego murió. Esta mujer tenía a eros en su nombre, por eso se me ocurre llamarla Afrodita, y tal vez por la pasión con la que trabajó para salir adelante.
Estaba realmente muy afectada, si bien no dormía en el hospital pasaba el día entero en la “Residencia…” comía allí, y descansaba. Tenía que volver a su casa para atender a sus otros hijos. Un dato importante es que las madres tenían total libertad de entrar y salir de la Unidad de cuidados Intensivos, eran junto con las enfermeras quienes se ocupaban de sus bebés.
Yo había empezado trabajando con ella junto a la incubadora de su bebé. Este estaba intubado. Era un bebé de bajo peso, y esa visión del respirador la afectaba muchísimo. En uno de nuestros encuentros me cuenta que cuando se acerca y lo ve con eso en su “boca”, ella siente que se ahoga. Y empieza en ese momento a sentir cierta dificultad para tragar saliva. Comenzaron nuestras sesiones al lado de esa cervo cuna, con esa imagen de ese bebé intubado que reflejaba sus propio desvalimiento, su infancia violentada por algún adulto en eso que Ferenczi dio en llamar la confusión de lenguas entre el niño y el adulto. Allí de ese modo, se dio una construcción de su infancia, y ella pareció salir de un estado de mal sueño, casi de pesadilla. Comenzó a acercarse a su bebé, y esperar mis visitas con ansias. Al principio el bebé parecía mejorar, pero lamentablemente, como ocurría con muchos de estos casos, su situación se complicó y se murió. Parte de mi propuesta era que las madres que pasaban por esta situación continuaran con algunas entrevistas más para acompañarlas en tan difícil momento. Ella contaba con mi teléfono personal como tantas otras madres del hospital.
Un día recibo un llamado de Afrodita muy angustiada. Me cuenta que deambulando con su pena insoportable decidió entrar en un negocio cercano a su casa. Había un bebé de unos ocho meses sentado en un carrito, la madre estaba probándose ropa, y ella miraba embelesada a ese bebé que le sonreía. De pronto tomó el cochecito y se fue tranquila con el bebé a pasear. Era un día soleado y ella pensaba que bueno que era que el bebé pudiera disfrutar del calor del sol. (Pensemos que su bebé, el de la terapia nunca había visto el sol). El llanto del bebé y su imposibilidad de calmarlo la trajeron de vuelta de su delirio. Afrodita cayó en la cuenta de que el chico no era suyo. Volvió al negocio. La esperaba la policía y la madre del chico desesperada. La sentaron y le pidieron que sacara de su cartera todas sus pertenencias. Allí estaban las fotos de Nahuel muerto en su pequeño cajón en el que lo habían velado. La madre del chico cuando vio esas fotos le dijo al policía que no haría ninguna denuncia contra esa pobre mujer. Entre sus pertenencias estaba el papel con mi nombre y mi teléfono. Le ofrecieron que me llamara. Creo que a veces se necesita la inconsciencia de la inexperiencia para zambullirse con tanta pasión en temas tan complejos.
La invité a venir a verme al día siguiente al hospital. Le planteé al jefe del servicio que quería proponerle un análisis de 4 veces por semana, si ella aceptaba. Y él no solo me apoyó sino que me dejaba su despacho para que la atendiera cómodamente. Fue mi primer paciente de alta frecuencia.
Afrodita venía al hospital y el costo en el viaje era el equivalente al costo de los honorarios que cualquiera de nuestros pacientes de consultorio privado pueden pagar. Desde el servicio se le ofreció pagarle el boleto de colectivo, cosa que no aceptó, a pesar de que estaba sin trabajo. Digo que cierta inconsciencia que trae la inexperiencia además de valentía se necesitaban porque en ese tiempo surgieron sus deseos y fantasías suicidas, ella llevaba una hoja de afeitar, en su cartera ya que estaba dispuesta a matarse. Me la entregó luego de algunas sesiones, cuando pensó que podía “agarrarse” con fuerza de mí. ¿De que se agarraba? De mi convicción, no de mi experiencia. Yo pagaba supervisiones privadas semanales para atenderla y aprender, además de mi análisis personal. Es importante aclarar que contaba con mucho sostén: del jefe, de las mujeres que me esperaban y mimaban con café y comodidades que en general en el hospital no hay ni para los profesionales, ni para los pacientes. De mi analista y mi supervisor.
En este año y medio de trabajo reconstruimos su infancia, esos momentos traumáticos y dolorosos, duelos no elaborados. La transferencia positiva sublimada tuvo su momento difícil cuando yo quedé embarazada. Ella se dio cuenta aún antes de que se me notara. “Usted está distinta, no es la misma. Le cambió su mirada”. Afrodita pudo reconectarse con sus hijos, empezar a trabajar, y progresar en su trabajo. Recuperaba su vida. Al nacer mi hijo yo iba a tomarme una licencia prolongada en el hospital, de hecho no sabía si volvería.
Ella me propuso continuar en mi consultorio privado. Me preguntó por mis honorarios. Desde el prejuicio le pregunté cuanto podía pagar ella. Por supuesto que no iba a poder pagar lo que yo le cobraría a cualquier paciente, pero me enseñó una lección. El hecho de ser pobre no le quita el derecho a ser tratada como cualquier paciente. Afrodita me pidió que le dijera mis honorarios y ella decidiría cuanto podía pagar en función de ese monto. Acordamos un monto y una frecuencia de tres veces por semana. Al cabo de un tiempo ella había progresado mucho en su trabajo. Sabía defender su sueldo, así fue que ella se fue acercando más al honorario que yo le había mencionado. Fue una experiencia riquísima. Ella estaba hecha para el análisis. Estuvo unos tres años más en tratamiento en privado.
El valor de esta experiencia
Los analistas podemos dejarnos llevar por el prejuicio de pensar un análisis para los pobres y otro para los ricos. Estoy de acuerdo con eso si a la definición de pobre o rico la extendemos más allá de lo económico: Afrodita no tenía dinero pero era rica.
Dice Freud en el texto “Nuevos caminos de la terapia analítica” que es importante que el paciente haga suya nuestra propia convicción de que los procesos represivos sobrevenidos en la infancia son inadecuados al fin y que es irrealizable una vida gobernada por el principio de placer. Este fue el trabajo que se hizo con mi paciente del hospital.
Cuando habla del psicoanálisis para los pobres dice: “Estos tratamientos serán gratuitos… es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados a alear el oro puro del psicoanálisis con el cobre de la sugestión directa , y quizás el influjo hipnótico vuelva a hallar cabida , como ha ocurrido en el tratamiento de los neuróticos de guerra.” Me gustaría dialogar con Freud al respecto. Podría decir que muchas veces me encuentro aplicando esta fórmula en mi consultorio con pacientes que son pobres para el análisis, aunque me paguen mis honorarios sin problemas, y en cambio con Afrodita no fue necesario. Ella me guió en lo que necesitaba, y yo me ocupé de conseguir que esas condiciones se dieran. No siempre tiene que ser gratuito, habría que definir que entendemos por ayuda financiera. Algún pago tiene que estar presente.
Si yo no hubiera seguido el mismo método que Freud relata por ejemplo con la paciente de Breuer Anna O, tal vez me hubiera perdido la posibilidad de avanzar en la investigación respecto del psicoanálisis en el hospital. Y tal vez, ante el robo del bebé hubiera huido como Breuer de la transferencia erótica de su paciente. A la luz de todos estos años que pasaron entiendo que ese hecho fue en transferencia, ella estaba ya en sesiones conmigo. Y lejos de huir, hubo que ponerle el cuerpo a ese demonio que había despertado yo en la transferencia. Yo era alguien que venía de otro mundo, otra cultura, que le ofrecía y le abría una puerta que a ella le resultaba muy atractiva. Abrimos juntas la caja de Pandora y ambas salimos transformadas de esa experiencia.
Claudia Mizrahi


