“Ser o no ser” es la cuestión de la adopción.

A lo largo de mi clínica con niños y adultos, me encontré reiteradas veces con una pregunta que domina a las personas que fueron adoptadas: “¿me pareceré a ella o a él…? Pregunta que, la mayoría de las veces está cargada de culpa por sentir cierta traición hacia los padres adoptantes, y de cierto temor a dañarlos.

En el proceso de análisis, el momento en el que aparece esta pregunta es casi crucial para la elaboración del duelo, tanto por no ser un hijo de sangre de sus padres adoptivos como por el duelo de pensarse rechazados por sus padres biológicos. “No me gusta esto de ser adoptado” es una frase que se oye a menudo en la sesión cuando abrimos esta caja de Pandora. Sabemos que para el inconsciente la caja simboliza los genitales femeninos así, para las personas que fueron adoptadas, abrir esa caja /expediente implica adentrarse en muchos hechos penosos, desgraciados y tristes, como el contenido de la caja de Pandora. El analista en este proceso ocupa muchas veces el lugar de Prometeo quien reveló el secreto del fuego a los mortales y es por eso que tiene que estar preparado para soportar mucho sufrimiento y enojo por parte del paciente, así como el castigo por abrir esa caja de Pandora que lleva a la verdad develada. Recordemos sin embargo que en el fondo de esa caja queda la esperanza, que permite avanzar en un renacer de estas personas aceptando su destino no ya como abandonados, sino como personas ahijadas por sus padres de crianza.

Coincido con Ada Zimerman en eso de que muchas veces, en su novela familiar, el hijo adoptado fantasea con ser el hijo biológico de los adoptantes y de esta manera apela al mecanismo de la desmentida produciendo una fractura en su yo. En el otro sector yoico, hay imagos de padres terribles, sumamente hostiles.

Así, si bien el hecho de reencontrarse, de parecerse al otro, de mirarse en los rasgos ajenos parece ser determinante de los procesos de identificación, en el juego de estas personas al buscarse en los rasgos de los padres biológicos, en general encuentran el rostro del deseo de muerte de esa madre que, desde la panza, fue gestando el deseo de que este hijo desaparezca, desde la idea de abortarlo hasta la idea del rechazo y del abandono. Este rostro trae aparejados intensos impulsos autodestructivos y una familiaridad con la idea de la propia muerte, casi erotizada. Así, una joven de unos 20 años me decía no sólo no le tengo miedo a la muerte, sino que es algo que espero que me ocurra, relataba este sentimiento explicitando que no estaba dispuesta a hacer algo en particular para que esto ocurriera. Sin embargo, sabemos el riesgo que esto acarrea ya que los accidentes son muchas veces intentos suicidas encubiertos y no tanto.

Mientras escribo estas líneas pienso en lo delicado y doloroso que puede ser este tema, tanto que se me ocurre a mí, identificada con estos pacientes, la idea de que alguien podría sentirse lastimado al leer este escrito, que sin embargo intenta aportar una salida a un supuesto conflicto de intereses, entre el origen biológico y el de la crianza.  

Estas personas desde su infancia se constituyen con una representación de una madre biológica que abandonó y una madre adoptante que los despierta a la vida y ambas parecen convivir injustamente en su psiquismo con la misma importancia. Digo injustamente, porque lo es tanto para el niño o adulto adoptado como para los padres adoptantes. El abandono, el rechazo es una suerte de daño narcisista básico que parece vivir como un parásito dentro de ese aparato psíquico en desarrollo determinando muchas veces conductas autodestructivas, disruptivas, que no coinciden con la crianza amorosa y dedicada que en la mayoría de los casos han recibido. Esta situación los llena de culpa, tanto por sentir que en la persistencia de los deseos de muerte y abandono niegan a sus padres adoptivos, como en percibir su lealtad a su progenitora, que tan sólo les ha dejado este puro cultivo de instinto de muerte. No se me escapa entonces la relación con un sometimiento a un superyó arcaico, feroz y brutal.

Me propongo en estas líneas avanzar un poco más sobre el tema de la adopción desde el punto de vista del trabajo de adopción que tiene que hacer el hijo para sentirse merecedor de su destino. Una reflexión al respecto: tal vez no sea mayor al trabajo que todos los hijos tienen que hacer, sin embargo, hay que tener presente que el trauma del abandono provoca en el aparato psíquico una herida de muy difícil elaboración.

Hay temas que hacen a la prehistoria de la adopción que muchas veces están cargados de prejuicios. Adentrarse en ellos es un riesgo, sin embargo, los psicoanalistas sabemos que trabajamos con las fuerzas más explosivas y que nos hace falta la misma cautela y escrupulosidad del químico. Esto hace que muchas veces nos topemos con actitudes torpes cuando nos encontramos abandonados una y otra vez por estos pacientes, como las torpezas que por momentos podrá presentar este escrito.

Para abrir esa caja de Pandora de la que hablaba, será necesaria una cuota de valentía como la que se requiere para atravesar toda neurosis de transferencia.

La verdad develada.

Ana tiene 10 años y en el primer encuentro repentinamente se pone seria, con carita triste y me dice: “yo soy adoptada, pero mis papás me quisieron mucho igual”

A: “¡Claro!  Tus papás eligieron tenerte y te quieren mucho”

Ana continúa: La otra mamá se llama Laura, la que vos no conoces. O sea que yo tengo dos mamás” y largó una carcajada, mostrando en su risa la huida de la tristeza que esa confusión le generaba. En esta presentación Ana me contaba sus conflictos. Sus papás, los que la adoptaron la querían igual, la querían incondicionalmente, aunque a su vez señalaba de modo sutil que la otra mamá no la había querido igual.

Por las circunstancias de su adopción, Ana conocía más de su madre biológica de lo que suele ocurrir normalmente. Ana tenía una perrita a la que quería mucho. El relato que hacía la niña del primer día que la perrita se había quedado en su casa luego de separarse de su mamá, nos permitía reconstruir de a poco esa migración que implica la adopción. Lo difícil que había sido para la perrita reconocer olores, sabores y personas nuevas, el desencuentro con todo lo que había dejado atrás. Un día me dice que tiene muchas ganas de que yo la conozca, así fue como la invité a que la trajera al próximo encuentro.

Ana viene con Blanquita a la sesión. La perrita husmeaba todo y se sentaba en algún almohadón cercano a Ana y me miraba de lejos. Ana me decía que tenía que darle tiempo, porque ella no conocía ni mi casa, ni mis juguetes, ni mis olores y que eso era muy extraño para ella. Yo me encontraba sentada en mi sillón y de pronto la perrita saltó a mi regazo. Ana gritó contenta: “¡¡ Te adoptó!!  ¡¡ Te adoptó!!”. Grito conmovedor que sintetizaba lo más importante de ese proceso. Grito que un año más tarde fue seguido por una reflexión de Ana: “Claudia, yo ya cambié el chip. Ya se que Andrea es mi mamá”. Y ante las peleas difíciles que tenía con Andrea, su mamá, me dijo: “ella es la que no cambió el chip todavía”, algo que fue dicho con mucha ternura y comprensión de su parte.

Vuelvo así al subtítulo de este apartado:  la verdad develada. Investigando sobre el término verdad encontré que entre sus orígenes, el que más se asemeja a nuestra idea es el que proviene del vocablo griego alétheia, utilizado por el filósofo presocrático griego Parménides. En el término Alétheia   el prefijo a significa ‘sin’ y letheia significa ‘ocultar’. La verdad, en este caso, es un  proceso de des-ocultamiento. Esta conceptualización de la verdad se opone a la concepción de veritas que refiere a un estado de cosas que se establece por correspondencia. Así, desde este punto de vista,  buscar la verdad supone entonces develar, correr el velo para que se haga manifiesto lo que está oculto.  El término Alétheia alude al río lethes, el río del olvido, uno de los cinco ríos del Hades, sus aguas sumían en el olvido a quien las bebiera. Conocer la verdad para Ana era recuperar cierto olvido, pero también tomar una decisión frente a ese conocimiento. Se trataba de cambiar el chip y entender que lo olvidado allí, en esa necesidad de pensar a la señora que la tuvo en la panza como una mamá, era desmentir el hecho de que esa señora no había querido ser su mamá. Correr el velo en este caso, es ver aquello que se intenta ocultar con la desmentida y que fragiliza al aparato psíquico del niño. El conocimiento que tenía Ana de su madre biológica la obligaba a entretejer una historia preedípica con una madre idealizada a quien ella soñaba parecerse y la llevaba a conductas que evitaban el proceso que su perrita Blanquita hizo cuando entró a mi consultorio hasta que decidió adoptarme.

En la primera hora de juego, en una casita de dos pisos  que hay en mi consultorio Ana disponía los bebés en un balcón y los tiraba, mientras se reía burlona. Escenificaba así la imagen terrorífica de sus padres biológicos que descartaban, tiraban cual desecho a sus bebés. La verdad oculta en este caso, aquella que se había hundido en el río del olvido, era que Ana tenía una única mamá. Esa que la quería igual, aunque ella fuera adoptada, aunque las cosas no fueran ideales, aún cuando todavía no podía cambiar el chip , trabajo que ella sí había hecho. Esta negativa a conocer,  a saber su verdad, la llevaba a procesos muy complejos de des aprendizaje, lo que le traía muchos conflictos a la hora de  enfrentar el aprendizaje escolar. Ana tenía una actitud que denotaba un no querer saber.

Hay un camino doloroso que enfrentar para el niño que es adoptado, que reaparece en la vida adulta si no es elaborado. Si todos los seres humanos sufrimos la pérdida  de ese mundo de la vida intrauterina, en líneas generales reencontramos buena parte de ese universo sensorial al entrar en contacto con el cuerpo materno. En el caso de la adopción no se produce tal reencuentro y entiendo que esto marca muchas veces, en el devenir del desarrollo psíquico, una catástrofe psicológica, tal como denominaría Frances Tustin a un proceso extremadamente traumático vivido tempranamente. En ese perder para siempre pienso que se encuentra el germen de esas imágenes hostiles, terroríficas que el niño y adulto adoptado se hacen de sus padres biológicos. Cuando en análisis o ante un acontecimiento de la vida se despiertan esas huellas dolorosas se produce entonces el recuerdo. En este sentido coincido con la psicoanalista francesa Dolto cuando señala que pueden nacer niños determinados por estados de  angustia sufridos por sus madres. Estos son los momentos en los que la construcción de esos primeros tiempos por parte del analista es de vital importancia. Ya no es lo hablado lo que prevalece, sino las sensaciones, vivencias, emociones que no se explican por los hechos y momentos actuales, esa escena que se arma, que permite entender esos tiempos de angustia catastrófica, que reaparece a modo de procesos depresivos o de sensaciones mortíferas que conviven con otra corriente donde todo parece seguir su curso lo mas normalmente posible.

Ser o no ser…

No saber por ejemplo una fecha exacta de nacimiento, o qué ocurrió antes de haber sido destinado a alguna institución adonde van los niños abandonados puede ser (al promediar los 20 años) fuente de una tremenda angustia que arrasa con la vida cotidiana y que abre una serie de preguntas:  ¿Quien soy? ¿De donde vengo, ¿Que pasó cuando nací?. La exigencia de la respuesta es imperiosa pero a su vez esa respuesta parece inalcanzable. En esta búsqueda sobre los orígenes comienza entonces un proceso que implica la reactivación de huellas muy arcaicas  que despiertan mucho dolor.  Por ejemplo, encontrar  que en el expediente de adopción figura un nombre  distinto de  su nombre actual, despierta las huellas de esos padres terroríficos y parece exigirle a la persona una fidelidad mortífera,  ya que  en general cuando se trata de un abandono, todo lo que lo rodea suele estar dominado por el instinto de muerte.

Pensemos entonces cuál es el proceso que se desencadena cuando alguien se encuentra ¿o reencuentra? con retazos de acontecimientos que no han sido historizados por un adulto significativo. Es de suma importancia en este proceso el acompañamiento de los padres adoptivos y del analista, pero hay que tener en claro que nunca será lo mismo que ese relato entretejido  por alguien que se ocupó de la crianza, de libidinizar a la persona. Esa historia con la que el paciente llega a análisis suele modificarse, porque la historia, en  el devenir del proceso analítico, cambia. Sin embargo es importante señalar que este proceso se da sobre el sustrato de un historia oficial vigente . Muy distinto es el proceso que se da cuando no  se ha tejido ninguna historia.

Recordemos que, tal como señalamos antes , al iniciar este proceso, paciente y analista decidieron abrir la caja de Pandora y que de allí surgirían desgracias y penas infinitas. Es esperable entonces que se desarrolle alguna crisis de angustia muy intensa y una sensación de desvalimiento difícil de soportar para el paciente lo que pone a prueba la capacidad de sostén del analista.

Freud señala que vida intrauterina y primera infancia constituyen un continuo, en medida mucho mayor de lo que nos haría pensar la llamativa cesura del acto de nacimiento. El objeto  madre psíquico sustituye para el niño la situación fetal biológica. Entiendo entonces que el estado de angustia por el que atraviesa el paciente es el recuerdo respecto de la pérdida de objeto, pérdida que se dará en muchos casos reiteradas veces. En el caso del abandono, hay un largo trecho que se da antes de la adopción definitiva, donde aparecen personas significativas que cuidan transitoriamente al niño y que se enlistan luego en la fila de objetos significativos perdidos sin ninguna posibilidad de reencontrar nada de ellos. Sin embargo, a pesar de que ese tiempo fue mucho menor al que se da en cuanto a la filiación con los padres adoptivos, vemos muchas veces surgir en estas personas un intenso  sometimiento a  ese deseo de muerte de sus progenitores. Este es el “ser” que se apodera de ellos, que paradójicamente los empuja al deseo de “no ser”, de “desaparecer”, tal como decía una paciente de 23 años cuando descubrió detalles de su historia de abandono:  “ahora entiendo este deseo de desaparecer, de no existir, que me acompaña desde chica”.

¿Cuál es entonces el proceso que se da? ¿Por qué estas personas, tanto en la infancia  como en la edad adulta, eligen someterse a ese estado, aferradas a ello como si no contaran con nada mas en la vida? Esa angustia que sobreviene es angustia de muerte  y en lugar de sentir enojo frente a su madre biológica, comienzan a dar justificaciones de los sufrimientos por los que han pasado esas pobres mujeres y a aferrarse a ese destino de muerte. Así, Lola aparecía como una ferviente defensora de los pañuelos verdes en épocas en las que en el país se discutía la legalización del aborto. Hasta que un día, algo en su posición le llamó la atención a raíz de una discusión que tuvo con una compañera de militancia, donde esta le señalaba que no estaban a favor de que las mujeres aborten como si se tratara de una carnicería, sino a que se despenalice el aborto en aquellas mujeres que no habían tenido otra salida, que se permitiera la elección.  Lola llegó llorando a sesión diciendo que ella hubiera preferido que “la abortasen”  en lugar de  convivir con esta sensación de querer desaparecer. Para no convivir con la peor amenaza que un ser humano puede vivir: la pérdida de amor del objeto, la permanente amenaza de muerte. Entiendo que en esta investigación donde el pensar  lleva, en un camino regrediente,  a recordar,  al despertar una vivencia de dolor  conduce al desprendimiento de displacer. Esto aparece a simple  vista como un obstáculo para el proceso de elaboración de esta situación, ya que se trata del recuerdo a modo de repetición de sensaciones dolorosas para un yo sumido otra vez en un total desvalimiento, incapaz de vérselas con sensaciones no domeñadas todavía, como en aquel tiempo,  y así se generan los signos de cualidad de ella (a menudo de naturaleza sensorial) una sensación de displacer e inclinaciones a la descarga cuya combinación distingue un afecto determinado, y el decurso de pensar queda interrumpido.  Por lo tanto, en lugar de encontrarnos con el proceso de  pensamiento que lleva a la  elaboración, nos encontramos con lo que Freud señala  en “El proyecto”: Este recuerdo muestra un carácter alucinatorio durante un tiempo (…) largo. Ya que el yo no ha logrado influir sobre ese recuerdo. Sin embargo,  muchas veces ese estado en el que se encuentra el paciente  arrasado por esta vivencia alucinatoria donde no puede ponerle freno es su modo de repetir, en transferencia , ese recuerdo y es al mismo tiempo una oportunidad. Insisto: “Recordar, repetir, elaborar”. En plena neurosis de transferencia, el analista pasa a ser el objeto madre que abandona, sumido desde su contra- transferencia, en una total impotencia para ayudar al paciente en su sufrimiento. En otros momentos será el bebé abandonado por el paciente, quien se olvida de venir a sesión o simplemente se le pierde todo lo que se trabajó en las sesiones, pierde al analista al salir de la sesión. Esto se ve en frases tales como: “ya se todo lo que me decís, pero nada… no puedo salir de este estado. No me sirve de nada”. Se trata de un momento crucial donde se juega la vida del paciente y la vida del análisis. Momento donde el paciente deberá elegir entre el deseo de no ser  de sus padres biológicos o el deseo de ser  de sus padres adoptantes. Momento en el que, como nos dice Ana, tendrá que decidir si cambia el chip y adopta a sus padres , los únicos que realmente tiene.

Conclusiones:  encontrar la esperanza…

Si el nacimiento es una migración del cuerpo de la madre al mundo externo, en el caso de la adopción es vivido como un exilio frente al cual el niño es un analfabeto, tiene que aprender un nuevo lenguaje sensorial. Este es el lenguaje que irrumpe en el análisis para ser descifrado y enlazado en una historia de vida. Si como Prometeo, el analista decidido a encontrar la verdad abre la caja de Pandora, luego de tantas desgracias y tristezas desparramadas, este analista, al igual que Prometeo, debería encontrarse con la esperanza (1). ¿De que depende en estos análisis? ¿Es diferente a otros análisis? No parecen existir grandes diferencias, es importante no dejarse llevar por el dramatismo de las escenas de la prehistoria de las adopciones.  

El proceso de análisis en estos pacientes despierta la situación de desamparo y desvalimiento original, o sea que en algún momento el analista abandonará al paciente. Coincido con Ada Zimerman cuando dice que en estas personas que sufrieron un abandono temprano el análisis puede provocar  la regresión a un punto de fijación en el  que el abandono real de la madre produjo en el niño una fractura en su continuidad existencial, la irrupción brusca en la personalidad de un núcleo esquizoide escindido y un nivel de angustia que desborda el aparato psíquico. Este núcleo esquizoide del que hablo puede llevar a la persona a ponerse en situaciones de riesgo de vida, tales como accidentes automovilísticos, etc.  Para Frances Tustin estos hechos pueden quedar profundamente enterrados sin dar nunca sintomatología, así como también señala que hay personas con talentos especiales que pueden superarlos a través del arte, la literatura, la música, los rituales religiosos. Pienso que el análisis es uno de esos talentos que estas personas suelen tener. Me refiero a la capacidad de aferrarse transferencialmente al analista, de adoptarlo. Aun cuando señalo que el momento crucial es aquel en el que el niño o adulto adoptado se decide a la adopción de sus padres, entiendo que justamente si han llegado hasta acá es porque una parte de ellos se ha aferrado a sus padres adoptivos y es desde esa capacidad  donde la caja de Pandora nos permite encontrar la esperanza. Según la Real Academia Española, la  palabra esperanza  significa:  estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. También señala que se trata de un estado de fe y ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados a eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su conjunto. Por lo tanto, entiendo que después de tanta tristeza y tragedia, luego de tanto trabajo y reconstrucción, es importante que surja ese estado de ánimo optimista que lejos de sostenerse en  la magia o en la omnipotencia de pensamientos, se sostendrá en la expectativa de los resultados favorables que el trabajo de análisis puede brindar. A partir de allí, la construcción permite transformar la angustia en dolor y de allí la posibilidad de elaborar un duelo. Recordemos lo que señala Freud “(…) las reacciones afectivas frente a una separación nos resultan  familiares y las sentimos como dolor y duelo, no como angustia”. Quisiera aclarar entonces qué entiendo por  resultados favorables: se trata de la elaboración del duelo tanto de ser adoptado, como de no ser hijo biológico  de estos padres adoptivos. Adueñarse del secreto del fuego, develar  la verdad, implica una responsabilidad. Recordemos que una de las barreras con las que tropieza el análisis es que no está destinado a imposibilitar las reacciones patológicas, sino a procurar al yo del enfermo la libertad de decidir en un sentido o en otro. Confiemos en que el proceso de análisis le brinde al paciente las herramientas para que, al igual que Prometeo, sea capaz de  enfrentar a los Dioses.

 

Citas
  1. Me tomo una pequeña licencia de condensar ambos mitos. Ya que Zeus como castigo a Prometeo por revelar el secreto del fuego a los mortales, es a Epimeteo, hermano de Prometeo, a quien le presenta una mujer para casarse, Pandora que recibe de regalo la tan conocida caja.
Bibliografía
  • Freud Sigmund, Ob. Comp., Amorrortu Editores:- 1895, TI, “Proyecto de Psicología”
    • 1923,TXIX,”El yo y el ello”
    • 1926, TXX, “Inhibición, síntoma y angustia
  • Zimerman Ada, “Acerca del abandono temprano”, 1999, Revista de Psicoanálisis, Vol/Nro: 56/04   Pág: p. 923-939

     

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