Trabajo presentado en el año 2013 en las Jornadas del Departamento de niños y adolescentes de la APA
Isabel entra en el consultorio enredada en las piernas de su madre. Así se presenta en nuestro primer encuentro. Ambas se confunden y en ese nudo de cuerpos entrelazados se ubican en el diván. La madre, a quién llamaré Andrea, se sienta y la niña se recuesta apoyando la cabeza en su pelvis con su cuerpo extendido hacia un costado. Puedo ver que una parte del cuerpo de Isabel, su cabeza, parece estar dentro del cuerpo materno, y la otra por fuera. Isabel no habla. Sobre la mesa, entre otras cosas, hay una serie de pequeños muñecos que dispuse para ella. Isabel los mira deseosa, y sus ojos parecen manitas que quieren tocarlos, agarrarlos. De repente un pie cae del diván y hace (¿por azar?) ruido con el zapato interrumpiendo el mutismo de Isabel. Al igual que la otra Isabel, Elisabeth von R., sus piernas comenzaron a intervenir en la conversación. Entendí que de este modo me invitaba a jugar. Contesto entonces en eco con el ruido de mi zapato. Isabel responde con otro ruido y una sonrisa. Iniciamos así un diálogo de cuerpo a cuerpo, entre ruidos y zapatos que se tocan, en tanto yo voy vistiendo con palabras ese encuentro.
La clínica es un descubrimiento, o un redescubrimiento del psicoanálisis en el proceder con cada paciente. En ese proceso encontré que los niños que no podían acceder a la asociación libre del juego requerían del armado de un setting especial, poniendo a prueba la creatividad y la capacidad de jugar del analista. Isabel es uno de esos niños. No habla, no juega, no dibuja. Sólo utiliza su cuerpo y el de su madre para comunicarse conmigo, susurrándole al oído lo que quiere decirme. Le digo: “tus palabras salen de tu boca, entran en el oído de mamá y salen por su boca para llegar hasta mis oídos”. Me responde con una sonrisa y me penetra con su mirada, buscando meterse dentro mío. Esta niña de cinco años y unos meses desafiaba mi capacidad de jugar. Isabel está atenta a mi juego. Sus piernas caen del diván, me acerco sentada en el banquito de niños y ella apoya sus piernas en las mías. Le digo: “Hicimos un puente”. Se ríe. Entonces hago fuerza tirando de sus piernas para desprenderla del cuerpo materno. Isabel se muestra complacida, pero cuando está apunto de desprenderse se aferra a su madre con toda su fuerza. Nos reímos, ella en silencio y yo continúo jugando también con mis palabras dando un sentido a eso que está sucediendo.
El análisis de niños, al igual que el de los adultos, es un juego serio y placentero con sus reglas, que llamamos setting. En estas líneas me propongo pensar en el juego del analista en las sesiones con niños, estimulada por lo que aquéllos niños inhibidos para jugar me enseñan diariamente en la práctica. En esos casos encontré que lo mejor era ‘despreocuparse’ de la técnica, aflojando ese corsé y soltándose a la creatividad, sumergiéndose a pleno desde la propia infancia preguntándose como en aquéllos tiempos ¿a qué jugamos hoy? para ir al rescate de ese niño que poseería inhibida su investigación sexual expresada a través de la incapacidad para jugar. Muchas veces encontramos que en el niño no se despierta el deseo por el análisis, podríamos pensar que en esos casos, es el mismo analista quién poseería inhibida su capacidad para jugar. Así, en lugar de una salida creativa que encienda el entusiasmo del niño, el analista puede presentar el triste cuadro de aquél que se atrinchera repitiendo frases que funcionan como clisé y es él quien propondría entonces un pseudo análisis, teñido muchas veces de una terminología difícil que se eleva como el muro impenetrable del paciente narcisista. Si el analista está inhibido en su juego, no hay analista ni análisis posible.
Para M. Klein el impulso a jugar está determinado por la descarga de fantasías de masturbación. Éste es para ella el mecanismo fundamental del juego infantil logrando de este modo la representación y abreacción de las experiencias sexuales ligadas a esas fantasías. Más aún, afirma que “…las inhibiciones en el juego y en el trabajo surgen de una represión fuerte e indebida de aquéllas fantasías y con ellas toda la vida imaginativa del niño” y del analista, podríamos agregar. Cuando esto sucede se ve impedido de funcionar como caja de resonancia de los niños que consultan. No juega, el encuentro se torna aburrido para ambos. Meltzer señala la importancia de que en el analista concuerden el teórico y el practicante y un reflejo de esto será el lenguaje utilizado en la clínica y en la teoría. Si el analista tiene convicción y entusiasmo por el análisis el paciente, adulto o niño, lo percibe.
Luli, una paciente de once años que consulta por enuresis primaria, me dice en referencia a una casa de madera que tengo en mi consultorio: “Una vez, una señora grande, tenía una casa como ésta llena de muñecas que coleccionaba. Yo pensé: ¡qué infantil! Tan grande y jugando con muñecas”. Me sonrío frente a esta niña tan sobreadaptada y pienso en su esfuerzo por no dejar que aparezca lo infantil. Le digo: “sí, parece que estoy un poco grande para jugar con estos juguetes, pero está bueno.” Luli continúa: “pero vos tenés estos juguetes porque atendés chicos chiquitos”. Le contesto: “en realidad yo atiendo chicos para poder seguir jugando con estos juguetes. Mirá a mi me encanta esta casita”. La abro y al hacerlo sus ojos se llenan de magia y de deseo. Luli, que estaba tirada en el diván, sin ganas de jugar, se incorpora con energía cuando la invito a investigar esa enorme casa de madera de dos pisos, con escaleras y ambientes bien delimitados por sus puertas. Luli recuerda el modo en el que jugaba a las muñecas ‘cuando era chiquita’. De pronto un flato se le escapa. Se avergüenza y nos reímos. Lo infantil se le escapa, el pis por las noches, lo anal mientras juega y esa niña que tiene que mandar a guardar en un refugio como el de Anna Frank, historia que la apasiona. Antes de irse señala mis aros. Me dice: “yo no tengo agujeritos, ¿a vos te los hicieron cuando naciste?”Me sorprendo. Pienso que Luli abrió el juego del devenir de una mujer. Ya Abraham se refirió a una teoría sexual infantil: la niña se convierte en mujer al ser perforada por el pene paterno antes del nacimiento. Juego entonces con la idea de los agujeritos de las mujeres. Dice Luli: “las mujeres tenemos dos. Por uno sale el pis y el otro es el de la cola”. Se queda pensando, y se pregunta: “¿Me va a venir la menstruación si me sigo haciendo pis?”. Luli sigue investigando acerca de los agujeros. Así descubre que tiene vagina por donde saldrá la menstruación, y que no está agujereada, ‘pinchada’, como dice su madre para explicar la enuresis en esta niña tan perfecta para ella. La investigación la lleva hasta el nacimiento reciente de su hermanita menor. Ella, al igual que su madre, tiene una casita, un útero, ese lugar donde crecen los bebés.
Las pacientes de ambas viñetas presentan, entre otras cosas, una particular inhibición para jugar. En ambos casos, y en otros más, la interpretación que fue pensada en una frase, se despliega en una escena en la transferencia. El analista actúa y al hacerlo, al igual que en el análisis de adultos, vuelve hacia el inconsciente de su paciente su propio inconsciente como órgano receptor, tal como señala Freud en sus consejos al médico. Encontrándose libre de impedimentos para ahondar en algún tema, pienso que con una parte de sí se identifica con el paciente y juega, y con la otra parte, tal vez la más adulta, sostiene y cuida el espacio analítico. Es él quién decide a qué se juega, porque el niño no puede. No es arbitraria la elección del tipo de juego, es en profunda conexión con el padecer del niño, contando además con el relato de los padres acerca de la historia y los gustos del niño, algo que el adulto hace por sí mismo. En el primer encuentro con Isabel, al verla observar con deseo una pelota liviana con brillos y agujeritos, le propongo que se la lleve a casa y vuelva a traerla en nuestro próximo encuentro. Isabel, fuera del consultorio, le dice a su madre: “ésta es la pelota de los deseos”. Y expresa entonces su consciencia de enfermedad y fantasía de curación: ‘poder ir a los cumpleaños sola, volver a las clases de danza, e ir a jugar a casa de las amigas’. Isabel expresa su deseo de volver a verme. Dice: ‘…porque me entiende aunque yo no hable’.
Durante muchos meses su expresión fue plástica, sin palabras. A medida que se iba despegando de su madre se iba pegando a mí. Continuaba sin hablar, y mostraba una expresión que me llevó a pensar en la posibilidad de que se tratara de un autismo, o en algún daño neurológico, algo que por supuesto descarté. Por momentos sacaba la lengua y tenía un rocking y un modo de desconectarse que me preocupaba. Esto se sumaba al modo en el que se derramaba en el cuerpo de su padre, o al modo en el que utilizaba el cuerpo de la madre, usando muchas veces su mano para agarrar alguna cosa. Así como cuando mostraba su identificación adhesiva a su madre, pegoteándose de tal modo que era difícil discriminarlas.
Yo tomaba la inicativa y jugaba. Al principio con la pelota: una y otra vez nos la pasábamos. Yo jugaba a tirarla cada vez más lejos de Andrea. Isabel se alejaba para luego volver a esconderse detrás de su madre quien permanecía sentada en el diván mientras ella se escondía detrás, de modo que yo sólo pudiera ver a Andrea. De pronto asomaba una parte del cuerpo de Isabel y podía verse de ese modo un mismo cuerpo con dos cabezas, como en el cuadro de Leonardo ‘Santa Ana, la virgen y el niño’, tal como señala Freud, ambas estaban fusionadas de modo que era difícil decir donde empieza Isabel y dónde termina Andrea.(1)
Luli e Isabel intentaban meterse dentro mío para comunicarme a través de la identificación proyectiva, su padecer. Se trataba de contener lo proyectado y, en lugar de actuar la contra- transferencia, devolverles algo más elaborado, menos persecutorio.
Cuando Isabel no hablaba, sacaba su lengua afuera y ponía su cara de niña tonta, yo le decía: “vos pensas que yo quiero que vos seas así, chiquita, tonta, que me voy a enojar si creces”. La elaboración de la transferencia negativa, tal como señala M.Klein, dio lugar a que se instale la transferencia positiva. Siempre es bueno recordarlo: sólo en el terreno de la transferencia la cura puede tener lugar, ya que allí lo reprimido se reproduce bajo las leyes de lo inconsciente. El paciente puede actuar, agieren, dice Freud en ‘Dinámica de la transferencia’. En alemán el término spiel, y en inglés to play significan tanto jugar como actuar en el sentido teatral. El consultorio es el escenario donde se despliega tanto el mundo interno del niño como del adulto. Isabel relata con su cuerpo a medio salir del de su madre el recuerdo de una vivencia temprana traumática que la obligó a retornar a un punto previo en su desarrollo. No juega porque está atrapada en el cuerpo de su madre, desprenderse es peligroso, mortal para Andrea, ya que en el parto del hermano mayor de Isabel por una atonía del útero casi muere de una hemorragia. Podría desangrarse. Para Isabel jugar con la analista está prohibido. La niña le dice a la madre: ‘yo prefiero jugar con Rocío en lugar de jugar con Panchi’. Panchi es una amiguita que tiende a atraparla en un pegoteo parecido al que tiene con su madre. Entiendo en esta para – transferencia una referencia a mi persona. Pensaba que Isabel se preguntaba: ‘¿Cómo hago para decirle a mamá, sin dañarla, que prefiero jugar con una extraña?’. Sumergida en esta escena, se trataba de disponer el setting adecuado y ofrecerme como vehículo para que la expresión lúdica de la niña tuviera lugar. Un día se nos presenta la ‘escena’ más difícil de esta ‘obra’. Andrea estaba cada vez más cerca de la puerta del consultorio. Isabel jugaba a desprender el capuchón de unos marcadores que trajo en su mochila. Me mostraba con una sonrisa el tirón que daba al separarlos. Entiendo que llegó el momento de desprenderla. Recuerdo en ese momento el relato de Andrea al referirse al parto de Isabel: “Fue cesárea… de repente sentí un tirón”. Le anuncio a Isabel que estaría bueno desprenderse de mamá. Isabel llora y se aferra a su madre. La tomo firmemente y de un tirón la desprendo. Por primera vez le escucho su voz en un grito desgarrador: ¡NO QUIERO!, repite una y otra vez. La sostengo en mis brazos, llora y grita pero no se resiste. La madre se va. Isabel grita ‘¡Mamá!, ¡Mi mamá!’ Me siento en mi sillón y ella en mi regazo solloza y repite una y otra vez ‘mamá’. Entiendo que está preocupada por el destino de su madre. Pienso que me dice ‘¿qué será de ella sin mí?’. Finalmente se incorpora y por primera vez dibuja una niña sonriente con un ramillete de flores en sus manos. Isabel floreció.
En estos casos, si el analista se atreve, puede ser un niño jugando, libre de sus inhibiciones, concentrado seriamente en ocupar el papel que en esta obra el paciente/director le ha asignado sometido a su guión. Para el analista, el reencuentro con su sexualidad infantil se hace inevitable.
Para contrastar, tengo presente el recuerdo de la primera paciente que atendí. Una niña púber con una enuresis primaria quién además presentaba rasgos psicóticos. Ella venía a cada sesión con un mazo de naipes y construía casitas, muy frágiles, tanto como ella y yo con mi escasa experiencia. Luego me miraba y las soplaba, y yo volaba junto con ellas; de hecho así terminó ese análisis, volando por los aires. Esto se repetía en cada sesión sin asociaciones por parte de la paciente. La niña jugaba a ubicarme a mí en ese lugar de niña indefensa en el que se encontraba ella, y me hacía sentir lo que ella vivía. Esa experiencia fue dolorosa para mí porque yo no podía jugar aún el juego del análisis. Meltzer se pregunta cómo es posible para alguien ejercer el psicoanálisis sin resultar dañado, y se contesta que afortunadamente contamos con el análisis del analista y el intercambio entre colegas. Eso permite cuidarnos y cuidar al paciente. Sin embargo, un modo inadecuado de defendernos de ese riesgo es levantar el muro teórico frente al paciente o aquéllas frases que todavía se enseñan a los principiantes. Esas que yo utilizaba con esta niña sin obtener resultado alguno, como devolver una pregunta con el famoso ‘¿y a vos que te parece?’ sin entender que el sentido de estas preguntas es un pedido de colaboración que le hacemos al paciente, ya que como en el sueño sin sus asociaciones no podemos comprender el material que nos trae.
En lo personal cuando un niño no despliega su juego, cuando se encuentra inhibido, cuando persiste en una posición resistencial, me pregunto qué es lo que me está pasando a mí. Comienzo a bucear en mi contra-transferencia, en mis recuerdos, en lo que ese niño me despierta, en aquello que me resulta difícil escuchar. Me pregunto acerca de la escena que se está desarrollando y el modo en el que podría sumergirme en ella; para que la niña que fui se atreva a jugar con este niño que consulta y así ayudarlo a emerger y desplegar el juego libre que dé inicio al análisis. Ser psicoanalista es una tarea de tiempo completo, dice Freud.
El setting es entonces esa disposición mental que tenemos para que el niño o el adulto se aloje en nuestro interior, no se trata de un conjunto de reglas estereotipadas para utilizar sin distinguir el caso.
Tanto Isabel como Luli pudieron jugar. Isabel, llenó su caja de dibujos y desplegó en los juegos que ella ahora proponía, su temor a quedar afuera si se separaba. Un juego que presentaba era que yo tenía que robarle su almohada mientras dormía y tirarla fuera de la casa. Una vez que ella salía a buscarla yo ya no la dejaba entrar. Ella tenía entonces que dormir en la terraza con frío. Expresaba ahora, en la repetición transferencial, su temor a quedar a la intemperie si no quedaba adherida a mi persona. Isabel había empezado primer grado y yo notaba en la madre cierto tono maníaco que la llevaba a anotarla en diferentes actividades. Como resultado de esto, la niña quedaba todo el día fuera de casa. Una y otra vez, la niña repetía este juego mostrando lo peligroso que podía ser crecer. Una vez que esto era puesto en palabras ella tomaba sus dibujos y hacía un recorrido por los diferentes momentos del análisis. Siempre volvía a preguntar ‘¿te acordás cuando me hacía la nena tonta?’
Luli juega a vencer el temor a ser mujer. Un día comenta: ‘los agujeritos para los aros te los hacen con una pistola enorme que te perfora la oreja’. En su investigación, va trayendo más información acerca de los agujeros. De pronto juega con una pelota. Se la pone debajo de la remera y dice: ‘estoy embarazada’. Al rato utiliza dos pelotas más chicas, colándolas también debajo de su remera pero esta vez a la altura de los pechos. Y señala: ‘un día voy a tener estas tetas’. Se atreve ahora a mostrarme a mí su deseo de ser una mujer como yo.
Arribando a algunas conclusiones finales:
Una paciente adulta me comenta acerca del diálogo telefónico que tuvo con el analista de su hija adolescente. Noto que cuando se refiere a él tiene un tono casi solemne, no utiliza su nombre de pila, como cuando habla de mí, sino que siempre se trata del Dr. X. En algún momento me encuentro con un pensamiento que aparece como un reproche: ‘el Dr. X es mucho más prolijo que yo’, y me doy cuenta de mi sometimiento a la severidad del superyó psicoanalítico que espera algo más prolijo de mi parte. Sin embargo pienso que el análisis es por definición desprolijo, al igual que el juego del niño; un alboroto en la vida del paciente y del analista.
Un tiempo después de aquél primer encuentro con Andrea e Isabel, llegan las dos a la sesión entre risas sonoras, en un diálogo francamente erótico y divertido. Diferente de aquél pegoteo que inhibía el juego y el crecimiento de Isabel. Les digo: ‘¡Cuantas risas!’. Me cuentan que Andrea al referirse a mí dijo: ‘mientras voy a tomar café le voy a dejar la bolsa a la chica’. Andrea se avergüenza y yo le contesto: ‘pero es cierto, yo soy la chica’ y les cuento a ambas que en el análisis la chica, la empleada, simboliza al analista por eso de andar metido en la intimidad, el desorden, la mugre. Ese es el lugar del analista. Ya Anna O. fue quien definió a este método que cura por la palabra, como una limpieza de chimenea, el analista es entonces el deshollinador.
En todos los casos, se trate de adultos o de niños, es el analista el que invita a jugar. En última instancia el análisis es siempre el análisis de un niño, ya que toda neurosis de un adulto se edifica sobre una neurosis de la infancia, dice Freud. En el análisis de niños hablamos su lenguaje, la escena está allí. Cuando se trata del adulto el juego es el de la reconstrucción de la infancia hurgando desde el lenguaje actual y los recuerdos para arribar a esa escena que los niños despliegan en actos y juegos. M. Klein ya señaló en su tiempo esa continuidad entre el análisis de adultos y de niños, salvando ciertas diferencias en el setting. Nuevamente es el analista quien abre el juego, si, como señala Freud se toma el trabajo de llevar el análisis hasta las profundidades, lo que me lleva a pensar en la idea que circula acerca de la dificultad con las patologías actuales. Pienso que los pacientes actuales no difieren de aquéllos que se le presentaron a Freud, como el hombre de los lobos o la misma Anna O., paciente de Breuer, cuyo tratamiento concluyó con la huída de éste del psicoanálisis. Y si pensamos en niños, basta recorrer los ejemplos clínicos de M. Klein. Muchos de esos pacientes presentaban inhibiciones para jugar o desarrollaban un juego resistencial que dificultaba el proceso analítico. Sin embargo, tanto Freud como Klein, una y otra vez ‘jugaban’ el juego del psicoanálisis defendiendo sus principios. El juego no se detenía frente a los fracasos. Por el contrario, eran elaborados y resultaban una ganancia para el desarrollo de la teoría. Como señala Winocur al referirse al caso Dora, donde Freud hace una elaboración de la teoría de la transferencia y la transforma de una dificultad, en un instrumento técnico.
Pienso que cada analista tiene su cuaderno de bitácora que marca el rumbo de su proceder. El mío está escrito por el lineamiento teórico que trazan aquéllos autores que continuaron con el Roter Faden(2) (el hilo rojo) del psicoanálisis, los conceptos fundamentales alrededor de los cuáles fueron enhebrando sus descubrimientos.
Citas
- Desde ya que el juego de palabras en el cambio de los nombres de Ana y María por Andrea e Isabel, es mío.
Freud cita a Goethe, en ‘El chiste y su relación con lo inconsciente’: “sabemos de una particular costumbre en la marina inglesa. Todas las jarcias de la flota real, desde las más fuertes hasta las más débiles, están trenzadas de suerte que un Roter Faden (hilo rojo) recorre el conjunto y no se lo puede destrenzar sin desarmarlo todo; por él se conoce, aún en las más pequeñas piezas, su pertenencia a la corona”
Bibliografía
- Abraham,K. (1923): “Una teoría infantil sobre el origen del sexo femenino”. Psicoanálisis clínico. Lumen Hormé, 1994
- Freud, S.(1893-95) Estudios sobre la Histeria, A.E., II
- (1905) El chiste y su relación con lo inconsciente, A.E., VIII
- (1910) Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, A.E., X
- (1912) Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, A.E., XII
- (1912) Sobre la dinámica de la transferencia, A.E., XII
- (1918 [ 1914] ) El hombre de los lobos, A.E., XVII
- Garma,A. El psicoanálisis Teoría, clínica y técnica, Julián Yebenes, 1993
- Garma, E. Niños en análisis, Ediciones Kargieman,1992
- Klein, M. El psicoanálisis de niños, Paidós, 2, 1996
- Meltzer, D. El proceso psicoanalítico, Paidós,
- Winocur, J. O. “Perturbaciones contratransferenciales, otras dificultades y su superación en la historia del descubrimiento psicoanalítico”. V congreso interno y XII symposium APA 1973.


