La música del psicoanálisis

Este escrito fue presentado en la modalidad de Trabajo Libre en la Asociación Psicoanalítica Argentina en Septiembre de 2013

“Cuando me cuento el cuento de mi vida

Es como si otro hablara y yo escuchase,

Y le interrumpo: “Amigo, eso no puede ser”

Introducción

         Hay textos cerrados, que sólo podemos admirar o incluso que sólo podemos repetir. Textos que se cierran sobre sí mismos y que no dan lugar al otro, que se miran en el espejo, tal vez un tanto narcisistas. Hay otros textos que son abiertos, en todos los sentidos, imperfectos a veces, pero aún así una invitación a pensar, a agregarles algo más, a decir algo más del autor. También las lecturas pueden ser  cerradas. A veces somos como Narciso  en nuestras lecturas y sólo nos gusta leer  a aquellos que piensan como uno, para encontrar nuestro reflejo en el texto leído. Hay otros tiempos en los que somos lectores más abiertos, y toleramos más la diferencia. Tal vez esto sucede cuando más afianzados estamos en nuestras posturas.

         Texto abierto es “Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler”, de Theodor Reik. Abre puertas. El autor se abre al lector.

        El encuentro con él me invitó a una serie de reflexiones acerca del psicoanálisis desde sus orígenes hasta nuestros días. Una breve reseña nos permitirá ubicarnos en el libro. Theodor Reik describe el  modo sorpresivo en el que apareció el recuerdo de la segunda sinfonía de Gustav Mahler, recuerdo que se transforma en una obsesión. De manera compulsiva la melodía se le imponía. No podía dejar de pensar en ella. Comenzó a preguntarse por qué le surgía ese tema, cuál era la causa de esa repetición musical. Esto prontamente queda ligado con la noticia recibida, también repentina, de la muerte de K. Abraham, quien había sido su analista. No se conformó con esta asociación, que parecía casi obvia si se tiene en cuenta que la segunda sinfonía de Mahler se llama Resurrección, y trata sobre la muerte y el más allá, y continuó investigando. Lo llamativo para el autor fue también que esta obsesión desapareció súbitamente. Sin embargo, y esto fue lo que capturó mi atención, no desapareció su deseo de investigar esto que le había sucedido. Es que cabe recordar que en psicoanálisis la comprensión es socia de la solución. La convicción con la que el analista trabajó sobre sí mismo lo llevó a resolver el enigma cuya solución es el libro citado. 

         Remarcó entonces, la convicción psicoanalítica con la que persigue la aparición sintomática de una melodía y el trabajo sobre sí mismo. A partir de algo que podría haber sido un momento, un detalle, el autor desarrolla de un bello modo y con un estilo particular y personal, el método psicoanalítico aplicado a su autoanálisis y en segundo lugar al análisis de la personalidad de Mahler.  Quisiera aclarar que no se trata para mí de un elogio al autoanálisis, creo que el análisis es bipersonal, es con otro, ya que nos arriesgamos mucho a la indulgencia en nuestra contratransferencia con nosotros mismos cuando creemos que podemos actualizarnos. Sólo subrayo el intenso trabajo del analista sobre sí mismo. Es cierto que cuando a Freud le preguntaban como puede uno llegar a hacerse analista , él decía que a través del análisis de los propios sueños. Si bien Freud decía que se aprende mucho del psicoanálisis primero en uno mismo, si uno se decide a emprender un autoanálisis, en tal  caso no puede esperarse un progreso indefinido, “Se avanza mucho más dejándose analizar por un psicoanalista competente”.

        No pude dejar de sentir admiración. El autor se expone, cuenta cosas íntimas con los límites que impone una publicación _ como Freud en “La interpretación de los sueños” _ sin pudor de mostrar su neurosis, su sexualidad, sin esa necesidad que vemos hoy en día entre los analistas, de mostrarnos libres de toda neurosis, de síntomas, lo que nos hace pensar que las represiones sexuales son aún fuertes entre nosotros los analistas, ya que los síntomas son el retorno de la sexualidad infantil. Me produjo admiración la fidelidad al método, la convicción psicoanalítica. No pude dejar de preguntarme si eso ocurre en estos días entre nosotros. Si los analistas somos capaces hoy de lo mismo. Esta es la idea que guía este trabajo: el valor de escuchar la música de los orígenes del movimiento psicoanalítico, eso que hace a la esencia del psicoanálisis que no es otra cosa que la convicción en él. En este punto hago lugar a una voz amiga que se empeña en advertirme acerca de cierta idealización del pasado, o del movimiento psicoanalítico en sus orígenes. Es cierto que este trabajo puede ser visto y escuchado de ese modo, y tal vez contenga algo de eso que suena a gente grande (por no decir vieja) soñando con un tiempo pasado que fue mejor. No es ese mi espíritu, aún reconociendo que cierto proceso interior de duelo y crecimiento podría estar influyendo en ese tono que este trabajo libre presenta. Es cierto que en los orígenes del movimiento psicoanalítico hubo también mucha resistencia al psicoanálisis aún entre los analistas, no es necesario que de ejemplos. Es cierto también que hay cosas que suceden en todos los tiempos. Sin embargo, quiero en este trabajo resaltar algo esencial que creo que está cambiando dentro del psicoanálisis, aún a riesgo de parecer anticuada en el planteo. Me refiero a ciertos cambios que podrían llevar a una transformación total del psicoanálisis en otra cosa muy diferente a lo que fue en sus orígenes. Quiero hablar aquí no sólo de las resistencias de los analistas, sino también del hecho de que el cambio de época podría arrastrarnos con él, podría someternos a formar parte de una cultura light, carente de profundidad. Para eso siento la necesidad de utilizar como recurso cierta exaltación de algunos aspectos que podrían ir contra un grado de objetividad. Prefiero correr ese riesgo. 

        El libro me subyugó, me sedujo, de pronto yo misma me encontraba intentando dar respuestas a qué era lo que me había pasado con este libro en el que había ido a buscar un tema y me había encontrado con otros. En realidad me había encontrado con una bella melodía, una vez más con la música del psicoanálisis. Ya hacía tiempo había tenido una experiencia similar que podría identificar con el júbilo que se siente ante ese encuentro con la posibilidad de comprenderse a uno mismo, me refiero al momento en el que comencé mi análisis.  Casi del mismo modo había encontrado en el libro una serie de respuestas. Había encontrado en él también un lugar más en donde elaborar el duelo por la reciente muerte de mi padre, lo que resultó así en un impulso para escribir. Escribir es elaborar la ausencia, es aceptarla, pero a la vez me sorprendía el modo que había encontrado Reik de defenderse de la pesadumbre de la muerte. Construir esas frases presentes en el libro le permitía no morirse con sus muertos, y lo que es más importante aún, descubría yo que de ese modo hubo entre los pioneros, algunos analistas que encontraban la fórmula para que el psicoanálisis no viera su muerte. Entonces me surgió la pregunta: ¿es que acaso yo pienso que el psicoanálisis podría desaparecer? Y recordé un diálogo personal que tuve con Gregorio Klimovsky sobre este tema donde él dijo  “pero la cosa va a marchar aunque no le pidamos permiso”. Debo aclarar que Klimovsky pensaba que los cambios dentro de una teoría eran positivos, aun cuando implica su desaparición si lo pensamos de acuerdo con el modo en que fue planteada en sus orígenes. Tal vez ciertamente estemos marchando hacia eso, y me pregunto si todos los cambios son positivos.  

        Muchos interrogantes impulsan este trabajo, uno de ellos es acerca del modo en que podemos los analistas mantener vivo al psicoanálisis, ¿podremos ponernos de acuerdo acerca de su esencia? ¿Estaremos dispuestos a escuchar esa melodía que viene de tan lejos? ¿Nos dejaremos seducir por ella, o la iremos confundiendo cada vez más con cantos de sirenas?

        Siempre me interesó la historia del psicoanálisis, sus orígenes. Este libro es la historia de esos orígenes viva, en movimiento.  De pronto sentí cierta nostalgia por la ausencia de presentaciones así en nuestro tiempo. Comencé a pensar en los prejuicios que los analistas tenemos hoy en día.  Recorrí la historia y pensé que ese epígrafe era muy valioso. Si nosotros mismos cuando nos contamos el cuento de nuestras vidas personales, cuando nos encontramos con recuerdos muy lejanos nos decimos que se trata de otro yo, otro que habla, y nos cuesta vernos en ese tiempo, ¿No será que el psicoanálisis está sufriendo algo parecido? ¿Será que necesitamos recorrer la historia, nuestra historia y reencontrarnos con algunas cosas valiosas que hemos dejado atrás? Porque desde esos recuerdos que nos vienen de la historia yo encontré como respuesta en este libro que ese es nuestro psicoanálisis, y me escuché diciéndome que sí, que eso puede ser, a pesar del tiempo transcurrido. Resultó ser que al encontrarme con este libro me di cuenta de que lo novedoso hoy, son los clásicos. ¿Qué acordes son los que suenan hoy entre nosotros?

      Pensé en el valor del tiempo, el tiempo dedicado a pensar, a analizar, el tiempo dedicado por Reik a investigar y luego a escribir. Reflexioné acerca del tiempo que dedicaban los analistas en aquella época, recordé mis lecturas acerca del modo en el que escribía Freud. Él decía que lo único que se imponía a sí mismo era reservarse un tiempo para la reflexión y la escritura. A estas dos actividades las llamaba “trabajo”. Muchas veces se quejaba por tener que interrumpir su escritura para volver a la clínica. ¿Disponemos hoy los analistas de ese tiempo precioso para pensar y escribir? ¿Valoramos ese tiempo de trabajo que Freud se imponía o será que nos dejamos llevar por la idea de hacer trabajos por delivery? Algo así como hacer un trabajo para una jornada, para un congreso, para una revista.

      La investigación que hizo Ilse Grubrich Simitis sobre el proceso creativo y de escritura en Freud, da cuenta de que esto se producía por medio de un arduo trabajo, muy absorbente, con periodos donde se estancaba. Lejos de ser, como a veces idealizamos, fruto de una intuición, de un genio dotado al estilo de Mozart quien parecía componer como si alguna musa inspiradora le dictara, para Freud era un trabajo duro. “Para mí fue casi siempre una lucha penosa. ¿Por qué tendría que ser más fácil para usted?” Le dice Freud a Ferenczi en una carta del 6 de diciembre de 1915, quien se quejaba de la dificultad para finalizar algún artículo. ¿Estamos dispuestos a tanto trabajo hoy en día los analistas? A Freud como a Reik, los sostenían la pasión, la convicción, el valor del propio trabajo, el valor de profundizar, el amor por la defensa de la causa. Se que nuevamente puede parecer una  cierta idealización del pasado. Sepan disculpar la nostalgia que despierta en mí el final de algunos procesos de crecimiento. La nostalgia es una palabra sin historia, una palabra inventada para dar cuenta del dolor que produce la pérdida de ese lugar al que no se puede regresar: del griego: Nostos: regreso, Algos: sufrimiento.

        Dos temas me interesaban mientras buscaba sin saber un poco de inspiración en este libro. La relación entre los analistas, por un lado, y por el otro, el psicoanálisis aplicado.  Otro tema que estaba presente, aunque yo no era del todo consciente de eso, tiene que ver con la posibilidad de escribir.  Escribir es una parte importante de la tarea de los analistas, es el momento de explayarnos, de tomar partido, de elaborar todo lo que vivimos y a lo que nos exponemos en la clínica. Escribir es apropiarnos de esa música en una interpretación propia. Es exponernos, es mostrarnos. La palabra escrita tiene un valor especial. Es un documento que queda, es algo propio que uno deja. Algunos piensan que nuestro tiempo tiende cada vez más a prescindir de la escritura. ¿Nos afectará también a nosotros, los analistas, este desinterés por la escritura?

El canto del psicoanálisis

        Reik comienza hablando del canto del yo desconocido, ese que le viene desde las profundidades de su psiquismo y que se hace escuchar al entonar el canto del coro del último movimiento de la segunda sinfonía de Mahler llamada Resurrección.  Al releer el libro, ya decidida a escribir sobre lo que me había inspirado, decidí hacerlo con la segunda sinfonía de Mahler de fondo. Intentaba ponerme en su lugar y ver qué era lo que Reik escuchaba. Intentaba escuchar con ese oído psicoanalítico de los pioneros. El primer movimiento, si bien tiene una diversidad de momentos, alude a una marcha fúnebre, es violento y colérico.  Mientras lo escuchaba no podía dejar de sentir la fuerza emocional que transmitía. El último movimiento es el más largo, dura más de media hora, contiene una diversidad de instantes, tiempos y tonalidades. Aparece un coro, y este es el que realmente se le imponía a Reik de manera compulsiva. Por lo que estuve leyendo sobre Mahler y esta sinfonía, es por la presencia del coro lo que hace que se la compare con la novena sinfonía de Beethoven. El coro se impone, y verdaderamente tiene su lugar, uno no puede dejar de escucharlo. Cosa que me sucedía mientras leía e intentaba penetrar más en el texto y en la vivencia del autor.  La música clásica, pensé, al igual que los textos clásicos, trae consigo un enigma,  una fuerza, trae la huella de otros tiempos pero de pronto se zambulle en el nuestro.  Debo decir que no soy una entendida en música clásica, ni en particular en la obra de Mahler. Sin embargo, me encontré en ese momento, mientras me internaba en este trabajo, subyugada por una melodía y encantada escuchando una y otra vez a ese coro, en tanto las ideas fluían.  Entendí que estaba escuchando el canto del yo desconocido del psicoanálisis, eso que quiere hacerse oír.  Esa música trae para nosotros la huella de otros tiempos, lo pensado por otros, lo vivido por otros. Los orígenes, un grupo psíquico primitivo. Tal vez me conmovía poder escuchar esa música. La música es anterior al lenguaje. Para disfrutarla se cruzan fronteras. Debe ser por lo tanto el resurgimiento de experiencias más primitivas. 

        ¿Cuál es el canto del psicoanálisis casi desconocido que traía este texto?  En primer lugar, hay que decir que lo desconocido no es tal una vez que uno se propone escucharlo. Eso que parece desconocido resulta un reencuentro. Es lo que sucede con los síntomas, parecen locos cuando no entendemos el sentido que portan. El psicoanálisis parece ser el instrumento que permite escuchar la música de experiencias muy primitivas y ese entrecruzamiento de fronteras del que hablaba antes. 

         Reik despliega en este libro los secretos profundos de su vida, de su mundo interior a partir de un detalle, de un elemento aparentemente insignificante, trivial, que es perseguido con intensidad desde su origen y es examinado psicoanalíticamente. Él mismo lo explica de este modo, él mismo se maravilla, se sorprende del recorrido, los lugares por los que discurrieron sus pensamientos hasta llegar a la solución. Más aún, no se queda tranquilo si no llega a esa solución. Se pregunta sobre los secretos del acto creativo, sobre aquello que impulsaba a Mahler en la composición de la segunda sinfonía (que tuvo sus contratiempos, ya volveré sobre eso). Sin embargo para resolver este síntoma, para llegar a comprender el canto del yo desconocido, tiene que elaborar aquello que es tan viejo como la familia humana, eso que viene de tiempos tan lejanos que toma diferentes escenarios, la rivalidad con el padre, los celos, su lugar en la familia psicoanalítica, y todo esto, como se verá, relacionado con el duelo por la muerte de su padre. Desde esta melodía recorre su historia edípica, hasta encontrar en la aparición del recuerdo del compositor los rastros de la presencia de su propio padre. 

          El deseo ferviente de investigar es la primera condición para la aplicación del método psicoanalítico. La melodía interior del psicoanálisis es esta, por sobre todas las cosas, el deseo del propio analista de saber sobre sí mismo, de analizarse.  A partir de una experiencia interior se constituye un tema que lo intriga y Reik se decide a una profunda indagación psicoanalítica. Está atravesado por una experiencia emocional.  No sólo la muerte de quien había sido su analista didáctico y luego su amigo, sino también sus sueños en torno a su lugar en el movimiento psicoanalítico.  Así empieza el recorrido. Aparece una respuesta obvia y es que esta melodía se llama Resurrección, y tiene que ver con el tema de la muerte y del más allá.  Mahler se interesaba por la muerte y por aquello que podría esperarnos en el más allá. Se nutría de pensamientos místicos, pero por sobre todas las cosas, le preocupaba su trascendencia más allá de su muerte. 

        ¿No es acaso un tema que nos atraviesa a todos? ¿No es prácticamente universal el temor, la cólera que puede embargarnos cuando nos topamos con la muerte, que no es sólo la pérdida de un ser querido sino el anuncio de nuestra propia muerte? 

        Mahler tenía una obsesión, y era ser famoso, ser reconocido más allá de su tiempo, de su vida. Era un modo de confrontar con la muerte, un modo de sentirse triunfal frente a ella. Podemos comprenderlo.  Se dice que alguien muere cuando pasa al olvido, cuando ya no forma parte del recuerdo de nadie. Reik, en su libro “Confesiones de un psicoanalista” desarrolla brevemente la idea acerca del trabajo que la muerte da. Dice que cuando se es adolescente, el tema de la muerte aparece como una problemática del tipo de la metafísica. No es tanto el temor a morir, sino la idea de la posibilidad de la no existencia. Algo muy bien ilustrado en Hamlet con su ser o no ser. A pesar de este tipo de temor que muchas veces adquiere una forma obsesiva, los jóvenes suelen ponerse en situaciones de riesgo, sin hacer caso a la cercanía de la muerte. En cambio, en las personas mayores, lo central es el temor a morir. Es un temor de carácter realista, tiene que ver con la idea de sufrir y morir, de no participar ya de las cosas buenas y amadas del propio mundo.  Lejos están las personas mayores de los problemas metafísicos en torno de la muerte. Podríamos decir que están prácticamente libres de ellos. 

        El recorrido que hace Reik es tan minucioso, que lo lleva a lugares impensables. Al análisis de la vida de Mahler, a su relación con Abraham, a las rivalidades de Mahler con sus maestros, y con sus antecesores, al narcisismo de Mahler y la movilización que estos temas generan en sí mismo. 

        Se pregunta por la letra que aparece en la melodía que se le impone, pero no se deja engañar, dice que la música tiene un contenido emocional más primitivo, es como gritar, llorar. Sabemos que el llanto es un modo de llamar al objeto que no está, el llamado más primitivo que tenemos los seres humanos. La melodía estaba fuera de su control, escapaba a sus defensas obsesivas y permitía que aflorasen los afectos, y de ese modo luego, el acceso a las representaciones reprimidas. Quien no haya escuchado la segunda sinfonía de Mahler puede hacer la experiencia e imaginarse a Reik de vacaciones en una zona de montaña a tres horas de Viena, recibiendo la noticia. Reik comienza a sentir que el paisaje se vuelve oscuro, hostil, se torna un “Camino solitario”, (título de una comedia de Schnitzler). Una hermosa metáfora para expresar la soledad que deja la pérdida de un amigo, de quien fuera su analista, su maestro. En medio de esta experiencia, donde todo su entorno se había teñido de su estado interior, aparece esta melodía, casi como una intrusa, cantando algo, trayendo algo que él aún no logra reconocer. Recoge el guante y asume el desafío de escuchar. Reik tenía que escribir, a pedido de Freud, el discurso en memoria de Abraham para ser leído en la siguiente reunión en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. La melodía se le impuso, se metió en su cabeza hasta que terminó la última palabra de dicho discurso sobre Abraham, y en ese momento desapareció súbitamente. Es interesante señalar que justamente la parte que se le impone no es la más triste, no es la que tiene que ver con la marcha fúnebre como sería el primer movimiento de la sinfonía, sino por el contrario la que tiene que ver con la resurrección, con la inmortalidad. A simple vista uno piensa que cuando aparecen estos temas, en general hay una negación de la pérdida de la persona.  No está conmigo pero está en el más allá, está en otro lugar. Una paciente perdió a su bebé de seis meses unos días después de comenzar su análisis. El bebé había nacido en una situación de riesgo.  Se tatuó un angelito en el vientre.

        yo pienso que él ya es un angelito y que vino a enseñarnos algo y ahora está en un lugar mejor. 

         Llevó mucho tiempo que pudiera aceptar que ya no estaba ni en su vientre ni en su vida, sólo en su mundo interno.

        Volviendo a Reik, se anticipa en el quinto movimiento un clima de triunfo sobre la muerte, sobre la pérdida y como veremos, sobre el objeto.  Reik tiene la valentía de meterse en estos temas personales. Sabe que va a escribir sobre sí mismo. ¡Cuánto contraste con nosotros, los analistas de hoy! Es poco lo que escribimos sobre nosotros y nuestros errores, sobre casos que no fueron exitosos, tal como hace Freud al publicar el caso Dora. De un error, una importante conceptualización: la transferencia. Este es un tema importante en la transmisión del psicoanálisis. Muchas veces vemos a jóvenes colegas en formación perseguidos por la severidad de tener que saber todo y avergonzados de sus síntomas. Además de las cuestiones intrapsíquicas individuales, pienso que esto puede estar favorecido por los analistas ya formados y su actitud hacia su propia neurosis. Parece que es algo de nuestro tiempo. Para Reik el análisis es interminable, el análisis del analista más aún.  

        ¿Qué nos trae el canto del psicoanálisis en este texto? La convicción dije antes en el método. La serena convicción de que un síntoma tiene que ser comprendido, analizado, que tiene un sentido. Hay una lengua que descifrar.  Esto que sucede hoy tiene una historia, un origen. No es casual. Tiene un porqué. La melodía interior que llevaba Reik era la del psicoanálisis, su ambición, su pasión por entender los enigmas del alma humana, su deseo de trascender, su pregunta por la sexualidad. La melodía que escuchaba era que se hacía necesario un análisis minucioso de ese síntoma para entender sus conflictos con el muerto, para elaborar los temas pendientes para transitar por un proceso de duelo fructífero.  Supo desde el inicio que lo que estaba en juego en esta aparición obsesiva de esta melodía era un conflicto con su antiguo maestro y amigo. Y que esta melodía le hacía un llamado a la aplicación del método psicoanalítico para comprenderlo. Que los detalles aparentemente insignificantes nos llevan a problemas realmente importantes.

En algún otro libro suyo leí una frase que me parece el leit motiv de su postura.

         En alusión a Nietsche escribe: “Así sentí y pensé, dice mi memoria. Así no pude haber sentido ni pensado, dice mi orgullo. Y mi memoria capitula”. Esta cita la había tomado de Freud.  Este es el trabajo de hacer consciente lo inconsciente, vencer la obediencia debida para la capitulación de la memoria. 

        Al referirme a la convicción en el método psicoanalítico que aplica Reik para entender su síntoma me refiero justamente a que el psicoanálisis, tal como lo señalara Freud alguna vez, es un procedimiento que nos permite investigar procesos psíquicos a los cuáles no sería posible acceder por otra vía. Esto que resulta una obviedad, pienso que no lo es en nuestros días, ya que muchas veces escuchamos a analistas en su desilusión o falta de convicción afirmando que con el psicoanálisis no alcanza o que habría que incorporar otras disciplinas para curar, no ya a las psicosis, sino a las neurosis mismas.  No está de más aclarar que al hablar de la convicción en el método me refiero al hilo rojo que guía las indagaciones de Reik en este libro. Vale decir, aquello que Freud señala ya en 1923 en “Dos artículos de enciclopedia: “Psicoanálisis” y “Teoría de la libido”: “Los pilares básicos de la teoría psicoanalítica: El supuesto de que existen procesos anímicos inconscientes, la admisión de la doctrina de la resistencia y de la represión, la apreciación de la sexualidad y del complejo de Edipo: he ahí los principales contenidos del psicoanálisis y las bases de su teoría, y quien no pueda admitirlos todos no debería contarse entre los psicoanalistas”. 

        ¿Será que los analistas nos hemos olvidado de las advertencias de Freud en cuanto a las limitaciones del método, y por eso le pedimos más? Me refiero a que sabemos que no se trata de hacer milagros, no es un dogma que tiene respuestas para todo.  A pesar de ello, si uno tiene la convicción suficiente, como Reik, puede llegar a buenos resultados, por supuesto con mucho esfuerzo y trabajo e inversión de tiempo y dinero. Tal vez fue el impacto emocional de encontrarme con un analista de tiempo completo,  (¿y acaso no  es esa la condición para ser analista?para de ese modo verse recompensados por el psicoanálisis “mediante insospechadas intelecciones en la maraña de la vida anímica y de los nexos entre lo anímico y lo corporal”

       En algún otro lugar Reik señala que la Viena de su juventud era la ciudad más musical del mundo …Y no se trataba tan sólo de la gran tradición según la cual los más prominentes compositores vivían allí y dejaban su sello en la vida cultural de la ciudad. Un concierto de la famosa Orquesta Filarmónica de Viena, un estreno en la Ópera (ambos dirigidos por Gustav Mahler) constituían durante muchas semanas el tema de animadas conversaciones en las familias de clase media y media alta”. Esa era la atmósfera de Viena en aquella época. Mahler era una figura importante de su juventud, de su entorno, de su amada Viena. Una figura, que como veremos, había sido despreciada por Abraham

        Reik se recuerda como un joven insaciable en cuanto a escuchar música. Podemos verlo también como un analista insaciable en cuanto a escuchar la música del psicoanálisis.


Reik y su conflicto con Abraham: las difíciles relaciones entre los analistas

        Se trata de un tema presente desde los orígenes del movimiento psicoanalítico. Son muchísimos los ejemplos de situaciones conflictivas entre Freud y sus discípulos, entre los discípulos entre sí, y ya en nuestro medio, desde los inicios del movimiento psicoanalítico en la Argentina, entre familiares de los analistas que se analizaron con otros analistas. En fin, un tema incómodo del que los analistas hablamos poco.

          En el año 1959 en la Asociación Psicoanalítica Argentina se hizo un congreso interno sobre las relaciones entre los analistas.  Ángel Garma (vale aclarar que fue paciente de Reik) tiene escrito algunos artículos sobre el tema, donde señala algunos puntos claves para entender algo que no deja de ser un enigma. En primer lugar, lo que llama la atención es que se den situaciones tan conflictivas, a veces con reacciones muy neuróticas, entre quienes se supone que por estar analizados esperaríamos un modo más saludable de resolución de los conflictos. Garma advierte sobre las situaciones intrínsecas a la tarea misma del psicoanalista. Menciona la lentitud de los tratamientos, el hecho de que su campo de acción sea el de la sexualidad y lo reprimido con la correspondiente renuncia a la genitalidad, el hecho de que las mejoras sean graduales y “sin que  las trompetas de la fama lo anuncien a los cuatro vientos”. Estas condiciones pueden hacer penosa la tarea del psicoanalista. En general los analistas podemos pasar por dudas respecto de la propia capacidad para llevar a cabo nuestra tarea y aquí Garma señala algo muy interesante y es la proyección de la crítica sobre uno mismo en los otros colegas que según nuestro punto de vista analizaría mal a sus pacientes. Al leer el libro citado de Reik recordé en particular este señalamiento de Garma. Reik, analizado por Abraham y luego por Freud, tenía estas obsesiones de manera recurrente. Sabía que estaba condenado a una lucha permanente contra ellas.

          Es interesante hacer el siguiente recorrido: Reik advierte sus sentimientos ambivalentes hacia Abraham analizando el síntoma de la melodía que se le impone compulsivamente. Analiza, recuerda, comprende, y soluciona. Nos dice de entrada que Abraham había sido su analista didáctico y que además se había convertido en su maestro y amigo. En “Confesiones de un psicoanalista”  relata un hecho muy similar ocurrido a los 18 años con motivo de la muerte de su padre. Una compulsión feroz se apoderó de él como un fuerte imperativo: estudiar detalladamente la obra de Goethe, no sólo sus escritos, absolutamente todos, sino también todo lo que se había escrito sobre él. A pesar de que le interesaban en ese momento los escritores modernos, se obligó a leer un clásico que para él no era nada interesante. Se prohibió salir, distracciones, etc. Esto, obviamente, lo llevó a un aislamiento. Goethe, en sus asociaciones aparecía como un gran hombre, como el que ocupaba el lugar del padre. Además, Reik quería ser famoso (como Mahler) y que su padre estuviera orgulloso de él (en el más allá, a pesar de su ateísmo). La neurosis obsesiva estaba en pleno florecimiento. Encontramos aquí unas cuantas coincidencias con Mahler, quien también era un neurótico obsesivo que pensaba en lo que desde el más allá le llegaría. Evidentemente la muerte de Abraham desencadenó una reacción similar al momento de la muerte del padre (la entonación compulsiva de la melodía)  despertando así algo de este antiguo duelo que no estaba del todo elaborado. Por otra parte él mismo señala al final del libro Variaciones…que Mahler estaba ligado a la figura de su padre por cuanto era un músico muy valorado por este. Más aún, Reik había escuchado por primera vez la segunda sinfonía de Mahler, al año de la muerte de su padre. Tal vez por eso no era casual que ese coro lo atormentase como música obsesiva, al enterarse de la muerte de Abraham.  Reik volvió a sentir el mismo tormento que sintió ante la muerte de su padre. 

        Mahler estaba vinculado a las cosas valiosas pérdidas desde su temprana juventud. Alrededor de 1908, Mahler abandonó Viena para mudarse a Nueva York. Así señalaba esta pérdida el propio Reik: “Como muchos jóvenes vieneses para quienes Mahler era un genio, sentía como una pérdida cultural el alejamiento del hombre amado y admirado”

        Los críticos literarios llaman quastio al recurso de incorporar en el propio discurso la voz de otro como disparador para el propio texto. En el caso de Freud se trata de críticas que recibe, pero también de preguntas o anécdotas concernientes a otras personas.

        Muchas veces me encuentro pensando que en la actualidad las mayores críticas y resistencias al psicoanálisis que Freud incorporaría a sus escritos serían las que provienen de los analistas.  Se me ocurre pensar que Reik, analizado por los grandes, descubre en sí mismo la necesidad de continuar analizando sus síntomas, que reaparecen, y se encuentra, sin horrorizarse, con aspectos del duelo por la muerte de su padre no elaborados. ¿No habrán sido bien analizados? No lo sabemos. Sabemos que lejos de la crítica que viene desde lo más autodestructivo y tanático, desde la mayor sumisión al superyó, encuentra una salida más erótica: escribe un libro. En la actualidad, esto formaría parte de las críticas proyectadas entre nosotros, donde a veces los analistas nos comportamos como los portadores de la verdad pretendiendo decidir quién tiene que analizarse con quién, y quién está bien o mal analizado. Creo que es importante evitar el riesgo de caer en generalizaciones. A veces un analista tiene que dar un paso al costado porque no está en condiciones por diferentes motivos de continuar con el análisis de algún paciente en particular. En ese caso es bueno que lo diga así, sin culpabilizar ni al paciente ni a su entorno, sobre todo si se tratara de un niño. Aquí está en juego otro tema: el narcisismo de los analistas, los que nunca se equivocan, los omnisapientes. En todo caso, siempre nos puede ayudar la convicción en el análisis y pensar cuál es la mejor forma en que ese final se dé. He aprendido con los años, que los momentos de mayor conflicto en los análisis son los que requieren que el analista se aferre más al método, a comprender la transferencia y trabajar desde allí para encontrar la salida. He aprendido también que cuando se presentan situaciones de este tipo, donde el paciente trae que algún analista con autoridad para él le ha sugerido que interrumpa el tratamiento que llevamos adelante, lo mejor es tomarlo como una voz que trae él, y darle la oportunidad de pensar si él quiere continuar, si él piensa que yo puedo ayudarlo en lo que le está sucediendo. He aprendido a confiar aún más en la transferencia, en el análisis, y en mi propio análisis, que en las disputas narcisistas con los colegas. Esto significa que esto que trae el paciente es tratado como cualquier otro material que aparece en transferencia, es analizado, pero con la honestidad de darle la oportunidad de elegir continuar o interrumpir, y de reconocer nuestros errores, me refiero a respetar las percepciones del paciente. No se trata de ocupar el lugar de “salvadores de almas”, ni del paciente que se analiza con otro colega, ni del que analizamos nosotros. La advertencia de Freud en ese sentido es muy valiosa. El analista puede caer en la tentación de prestarse a ocupar el lugar del ideal del yo del enfermo. Escribe: “las reglas del análisis desechan de manera terminante semejante uso de la personalidad médica (y agrega) …aquí nos tropezamos con una nueva barrera para el efecto del análisis, que no está destinado a imposibilitar las reacciones patológicas, sino a procurar al yo del enfermo la libertad de decidir en un sentido o en otro”.

        Es inevitable caer en un lugar común, y afirmar y resaltar la importancia del análisis del analista. ¿Sostenemos esa convicción actualmente los analistas, o pensamos que una vez terminado el análisis didáctico ya estamos libres de analizarnos? Pienso que la responsabilidad que tenemos en tanto analistas hace que nuestro análisis tenga que ser más intenso, y si cabe el término, más interminable también. Las renuncias genitales y económicas a las que estamos expuestos por nuestra profesión dejan de vivirse como tales si a través del propio análisis uno puede encauzar su propia genitalidad. Más simple: si el analista puede, a través de su análisis, amar, trabajar y arreglárselas lo mejor que pueda con las vicisitudes del mundo externo, si dispone de suficiente capacidad como para gozar y producir.  

Solucionando el síntoma de la melodía intrusa

        El texto es muy rico y extenso. Sin embargo, a los fines de este trabajo cometeré el pecado, para seguir con las metáforas religiosas, de sintetizarlo. 

        Reik se hace una primera pregunta: ¿Por qué se le aparece la segunda sinfonía de Mahler? Le sigue una pregunta más específica: ¿qué experiencia personal inspiró a Mahler al componer esta melodía cantada por el coro que su yo desconocido le cantaba? En su investigación recoge que Mahler había sido en un principio un muy buen director de orquesta muy apreciado por su tan valorado maestro el profesor Bülow, quien era considerado en ese tiempo el “papa de la música”. Cuando Mahler decide componer la segunda sinfonía, al comenzar, le muestra al profesor parte de su obra, y este le sugiere que deje eso y que siga haciendo lo que mejor sabe que es dirigir orquestas. Mahler se decepciona, pero continúa trabajando fervientemente, a pesar de las críticas. Reik describe con mucha belleza el proceso creador de los diferentes tiempos de la sinfonía, hasta que aparece la inhibición para terminar el último movimiento. Mahler no podía lograr un final que se adecuarse al poderoso inicio de su sinfonía. Cuando muere el profesor Bülow, en el funeral el coro entonó el Aufersteh´n (Resurrección), una oda de Klopstock y Mahler encontró la solución al final de su obra. Incluso realizó un servicio fúnebre íntimo con un amigo, un concierto privado con esta sinfonía, en honor al maestro muerto. De ese modo triunfaba sobre el maestro, lo homenajea al tiempo que se burlaba de él.  Reik recuerda entonces dos situaciones en las que él se sintió de ese modo frente a su maestro Abraham. En una oportunidad conversaban sobre el análisis llevado a cabo por analistas no médicos, y Abraham le manifestó su opinión contraria. Pensaba que sólo los médicos podían ser buenos analistas. Obviamente Reik se sintió ofendido, ya que él era un lego que practicaba el análisis. Por otra parte sabía cuánto lo valoraba Abraham, pero esto quedó allí sin resolver, y sin ahondar en la vida de Abraham. Es claro que ese comentario que le hace Abraham encerraba algún sentimiento ambivalente hacia Reik, es difícil pensarlo a Abraham inocente al respecto. Otro episodio era en relación con la música de Mahler que Abraham de alguna manera no valoraba, y se lo hizo saber cuando Reik elogió la obra del compositor. Así había una relación entre BÚlow y Mahler, Abraham y Reik. 

Reik entonaba ahora triunfal la sinfonía también triunfal ante el objeto, la melodía que Mahler había terminado gracias a la muerte de su maestro.  El compositor podía ahora ocupar el lugar tan anhelado de ser el más grande director y compositor reemplazando a su maestro/padre/rival. Del mismo modo, Reik pensaba que podría ahora ocupar el lugar de Abraham, de quien también se vengaba entonando esta melodía, justamente la de Mahler a quien Abraham desvalorizaba, y a través de cuya opinión Reik temió su propia desvalorización por parte del maestro. Más aún, Bülow valoraba a Mahler como director, no como compositor, así como Reik sentía que Abraham lo valoraba como investigador, pero no como terapeuta. Por otra parte, debía de sentirse triunfante ante él, ya que Freud le había encargado que escribiera sus memorias para ser leídas en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Y un dato no menor es que finalmente Reik contó con el apoyo de Freud en el tema del ejercicio del análisis por parte de legos, lo que llevó a  Freud  a publicar en un artículo, en verdad en defensa de Reik ante una situación legal. Otro dato más que vinculaban a Mahler y a Abraham era que ambos murieron a la misma edad.   Hay un último punto que liga a Mahler con la muerte de Abraham, y que tiene que ver con la rivalidad. Se decía que Mahler internamente competía con Beethoven al componer sus sinfonías. Reik, sentía la misma rivalidad con Abraham, le envidiaba su capacidad, su profundidad y fecundidad en la tarea y en sus escritos, sin embargo, reconocía en él el camino para ser el heredero, el continuador de Freud. La noticia de la muerte de Abraham le llegó junto con el pedido de Freud de que escribiera las memorias de quien había sido su maestro.  Así, su ego se había inflado, sentía que ahora él ocuparía ese lugar importante al lado de Freud, él sería inmortal, tal como canta el coro en el último movimiento de la sinfonía, él dejaría una gran obra que sería admirada por todas las generaciones de analistas venideras. Podemos agregar que resucitaba en él el viejo anhelo de ser famoso para que su padre se sintiese orgulloso en el más allá. Parte de su culpa por la muerte de su padre, de su deseo de ocupar su lugar, afloraba intacta, como si no hubiera sido analizada.  

        Me detengo aquí para volver a nuestro tema, las relaciones entre los analistas. Prefiero no sucumbir a la tentación de hacer un análisis aplicado a la vida de Reik. Persigo en este momento el deseo de entender un poco más acerca de las relaciones entre nosotros los analistas hoy. Persigo en realidad un deseo más ambicioso, tal vez identificado con Reik y Mahler, y es abrir la posibilidad de que podamos retomar ese trabajo que en otros tiempos se intentó aquí en nuestra casa. 

        Resulta que la muerte de un hombre que Mahler respetaba y admiraba le permite al compositor la terminación de su obra. Escribe Reik : …nos damos cuenta aquí de la importancia psicológica que tiene para el éxito o el fracaso en el campo de la creación artística la desaparición de una persona que se ha vuelto un objeto de sentimientos ambivalentes. Mahler enganchó su carro a una estrella con el propósito inconsciente de precipitar la estrella al suelo y de pasar a serlo él mismo. 

         ¿De qué habla Reik aquí? ¿Acaso no nos habla de la elaboración del complejo de Edipo? Nos dice que Mahler tiene que tomar lo que es suyo, arrancarlo si no se lo dan, identificarse con su padre, y penetrar a la bella y amada música, ocupando su lugar. Tiene que utilizar su agresión sin perjuicio de matar al padre, y apoderarse de su mujer, la segunda sinfonía. Esto me lleva a pensar que las dificultades entre los analistas son muchas veces cuestiones de la transferencia con el propio analista sin resolver, temas de ambivalencias, y derechos a tomar lo que es propio, a identificarse en el sentido de la identificación con el pensamiento de Freud, con el psicoanálisis. Las rivalidades entre los analistas tal vez sean muchas veces desplazamientos de los conflictos transferenciales aún no resueltos. Como ocurre con los celos entre hermanos del mismo sexo, que suelen ser un desplazamiento de los celos y rivalidad con el padre del mismo sexo. 

           En “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa” (1912) Freud escribe: “…es preciso decir que quien haya de ser realmente libre, y de ese modo, también feliz en su vida amorosa , tiene que haber superado el respeto a la mujer y admitido la representación del incesto con su madre o hermana”. Podríamos Parafrasearlo:   para que las relaciones entre los analistas sean fructíferas, el analista tiene que jugar a fondo en su propia transferencia con su analista todo lo que hace a su ambivalencia, al deseo de ser el hijo único, el preferido, su rivalidad con este, su ambición, su deseo de destronarlo. Un analista para ser verdaderamente libre en las relaciones con sus colegas tal vez tenga también que haber superado el respeto por su analista y admitir la representación incestuosa con su propio analista. Es decir, atravesar el análisis de su neurosis de transferencia a fondo. 

         ¿No son estos los acordes de la melodía primordial que nos hace humanos? ¿Creemos acaso los analistas que nuestra familia psicoanalítica está exenta de elaborar esos conflictos que aquejan a nuestros pacientes? 

         Pienso que el tema de las relaciones entre los analistas es complejo. Se trata de tomarnos de objeto de estudio a nosotros mismos, de analizarnos y analizar lo que nos sucede como institución/familia.  ¿Somos capaces de hacerlo con la honestidad con la que Reik analiza sus conflictos con sus colegas? 

         A veces, frente a estos conflictos que aparecen entre los analistas, tengo la impresión de que lejos de movernos en una sociedad donde prevalece el contrato entre iguales, aflora algo de la horda primitiva. Me pregunto cuánto espacio damos como institución para elaborar los síntomas que aparecen entre nosotros. 

         Mauricio Abadi se refiere a este tema en la revista dedicada al congreso mencionado en el año 1959. Sugiere que los grupos son más regresivos que el sujeto individual, y de ese modo la prehistoria que permanecía dormida cobra vida nuevamente, algo que vincula con el fenómeno de masas. 

 

Un poco de historia

 

Con motivo de una disputa entre Abraham, Rank y Ferenczi, escribe Freud disgustado con Abraham: “…y es esto lo que ha puesto en evidencia que el Comité ya no existe. Porque ya no existen los sentimientos que puedan convertir a este grupo de personas en un Comité”. En una de sus publicaciones, Rank desplazaba al complejo de Edipo en tanto nuclear en las neurosis al trauma de nacimiento. Abraham hace público su desacuerdo, a pesar de las sugerencias de Freud de conservar cierta tolerancia con Rank. En ese momento Freud se preocupaba más por la unidad del Comité que por cualquier otra cosa.  Sabemos por Jones y por la correspondencia entre los discípulos y Freud, que fueron muchas las divergencias, peleas y rupturas que se dieron en el movimiento psicoanalítico en aquel tiempo. Hay una seguidilla de cartas entre Abraham y Freud que se dieron en el año 1924 con motivo de ciertas innovaciones que algunos miembros pensaban hacerle a la teoría. Para mi sorpresa no era Freud, sino Abraham y Jones quienes más se oponían y alertaban a Freud sobre alguna repetición al estilo de lo sucedido con Jung. Freud defendía a Rank, intentado convencer a Abraham y Ferenczi, y converse a sí mismo, de que había una diferencia importante con Jung, porque Rank no se apartaba del psicoanálisis. Simplemente su motivación era encontrar algo nuevo. Así, sólo  se exponía a estar equivocado,  “cosa que en la labor científica es difícil de evitar”. Abraham se sostiene y con respeto, lo enfrenta a Freud. Entiende que nuevamente Freud es reticente a aceptar su error con alguno de los miembros del Comité. Uno puede ver la libertad con la que Abraham le dice a Freud lo que piensa, aun cuando despierte su enojo. Sin embargo, para Freud un grupo de personas no forman un Comité, porque los sentimientos en juego son más importantes que la sumatoria de las personas. No se trata de hacer número, se trata de ciertas condiciones que deben darse en esa fraternidad. Se trata del contrato entre hermanos. Las disputas fraternas son un desplazamiento del complejo Paterno, diríamos, de aquello que no se resolvió en la lucha con el padre. Son una herencia del conflicto con el padre.

        ¿Cuantas veces nuestra institución funciona como un grupo de personas sin el sentimiento correspondiente?  Sé que suena a verdad de Perogrullo, sin embargo no podemos más que insistir en la importancia del análisis del analista. 

        Una vez que el conflicto con Rank se hizo público, Freud comenta sus críticas, y le señala a Rank que no hubiera proyectado sus propios complejos sobre la teoría si se hubiera analizado. Rank no se quedó atrás y replicó que por lo que él conocía por todos los analistas preparados por Freud, era una suerte el no haberse analizado nunca.  Cuando leí esto me asombré.  No esperaba encontrar semejante respuesta. Me pregunté: “¿qué fue lo que pasó?” Es lógico que Freud pensara que si un psicoanalista no se analiza volcará sus propios complejos en sus teorías, y mucho más aún en sus pacientes. Luego, me percaté de que mi pregunta era sobre Freud. ¿Qué fue lo que pasó que permitió que alguien llegara tan lejos dentro del movimiento sin haberse analizado? ¿Qué fue lo que pasó que en un principio consideró una equivocación algo que era un ataque directo a la teoría? Algo que surgía como una justificación a su negativa al análisis. Rank parecía estar diciéndose a sí mismo: “No son mis resistencias las que me impiden analizarme, es que el método contiene muchos errores. Por eso ellos están equivocados, no yo”

         Todos hemos escuchado de algún colega que luego de haber pasado por su análisis didáctico se jacte de no necesitar analizarse, de no confiar en el análisis. Me recuerda a ese cuento judío del pescado que es vendido de un comerciante  a otro hasta que el último lo prueba y ve que está podrido, entonces ante su queja le dicen: ” el pescado no es para comer es para vender”. 

         Recordemos que Rank pensaba que al centrarse en el trauma del nacimiento, había  encontrado la fórmula para que los análisis fueran breves. Cuando se separa de Freud y del Comité, escribe un libro poniendo en duda algunos puntos del historial del Hombre de los lobos. Dejaba traslucir que Freud había sido engañado por su paciente. En verdad Freud había sido engañado por Rank, en quien había confiado. El breve comentario que hace Freud me parece una clara lectura de lo que muchas veces sucede con las modas psicoanalíticas. Le escribe a Eitingon: “No puedo indignarme con Rank. Déjelo que se equivoque y que sea original”

            El empeño narcisista en ser originales puede llevarnos a muchos equívocos.

Podemos entender que la publicación en la actualidad de tantos éxitos terapéuticos y ningún fracaso, ninguna desprolijidad, es nuevamente una mirada original y equívoca de lo que es el análisis. Volvemos a ser Rank, regodeándonos, sin saberlo, en nuestras resistencias al análisis. 

          Entonces se me ocurre pensar en las innovaciones. ¿Cuándo es genuinamente una innovación y cuándo se trata, como señala Jones en su libro, de una explicación seudocientífica de las resistencias del analista? 

         Freud, en tanto padre del psicoanálisis, nos sigue dando trabajo. Esto significa que es en relación con sus desarrollos que planteamos nuestras posiciones teóricas. Hay hoy en día una suerte de idea de que ser un analista actual, o actualizado, es apartarse de Freud. 

         Muchas veces se tiene la falsa idea de que diferenciarse del padre, lo que puede estar desplazado al propio analista, es sostener posiciones opuestas, que a veces resulta más en una rebelión adolescente que en una verdadera diferenciación y crecimiento. Es bueno recordar que cuando uno resuelve en algún grado sus complejos infantiles, puede relacionarse de manera satisfactoria tanto con sus propios padres como con sus propios hijos. 

         En las críticas que se escuchan hoy en día respecto de Freud y sus desarrollos, por el tono despectivo que muchas veces tienen, pareciera primar más la necesidad de la originalidad, y si se me permite, de rebeldía adolescente, que de desarrollo personal que permite profundizar e ir más allá en las investigaciones psicoanalíticas.  En tanto se critica fuertemente a aquellos que se mantienen cercanos a los desarrollos freudianos. Se los considera como sometidos aún a la figura de un gran padre, y se los acusa de transformar el psicoanálisis en una suerte de dogma. Esto también es tan antiguo como el movimiento psicoanalítico mismo. 

         Entre noviembre de 1940 y febrero de 1944 en La Asociación Psicoanalítica Británica, tuvieron lugar lo que se dio en llamar “las grandes controversias”, entre freudianos de todas las tendencias que se nucleaba en aquel momento en Londres. Estas oposiciones estuvieron lideradas por Anna Freud por un lado y Melanie Klein por el otro. La historia es compleja, relatarla en su totalidad me resultaría muy difícil y me desviaría de lo que pretendo plantear aquí. 

        El grupo de los anna freudianos pretendían ser los voceros de la tradición del padre del psicoanálisis y de Anna. Argumentaban que eran los verdaderos freudianos ortodoxos, los que se ajustaban a lo que llamaban la primacía del patriarcado, el complejo de Edipo, las defensas y el clivaje del yo, la neurosis, y una práctica del psicoanálisis de niños que se centraba en la pedagogía. En el diccionario de psicoanálisis Roudinesco y Plon, señalan[11] que este freudismo se deslizaba hacia un anna freudismo. Los freudianos llamados kleinianos eran los que postulaban una clínica moderna de las relaciones de objeto centrada en las psicosis y los trastornos narcisistas, en los fenómenos de regresión, las relaciones tempranas e inconscientes con la madre, y la exploración del estadio preedípico.      Así fue como se creó un comité para discutir las cuestiones que hacen a la formación. Las anécdotas respecto del clima que se vivía en Londres en aquel tiempo, hoy nos resultan simpáticas, pero que en aquel momento para quien estaba en formación implicaba un compromiso y una carga. Algo así como que había que manifestar de que lado estaba uno, y esto simplemente porque alguien hubiera sido testigo de que un candidato había caminado por la cuadra donde vivía la señora Klein o la señora Anna Freud. 

         En el comité de discusión que tuvo lugar en 1944 los anna freudianos eran: Dorothy Burlingham, Kate Frielander, Barbara Lantos, Hedwig Hoffer , Barbara Low y Ella Sharpe. La posición kleiniana estaba representada, además de Klein, por Susan Isaacs,  Joan Riviere, y Sylvia Payne.  Al parecer los miembros masculinos de uno y otro grupo parecían ausentarse en muchos momentos por la guerra, y seguramente porque éste parecía ser más un asunto de mujeres. James Strachey intentaba sostener una posición neutra. 

         Las ideas innovadoras de Klein eran atacadas por el grupo anna freudiano. Las conferencistas del grupo kleiniano fueron Susan Isaacs , Paula Heinmann y Melanie Klein. El principal objetivo era demostrar que sus ideas suponían un desarrollo natural de las de Freud. El trabajo de Susan Isaacs “La naturaleza y función de la fantasía” fue uno de los artículos más importantes y decisivos en esta controversia. Algunos autores consideran a este artículo uno de los más importantes de la historia del psicoanálisis. Isaacs afirmaba que el “cumplimiento alucinatorio de Freud” y su “introyección primaria” son la base de la fantasía. Sostenía que la contribución más importante de Klein consistía en “mostrarnos con más detalle que nadie, y con una comprensión más vívida e inmediata, lo que una persona experimenta en relación con sus objetos internos, lo que significan para ella y de qué modo afectan a su desarrollo”

         Susan Isaacs intentaba rescatar constantemente que era Klein, y no Anna por ser la hija de Freud, quien sostenía ideas que se derivan directamente de las de Freud, y que los puntos en los que difiere de este, lo hace con la necesidad de desarrollar su propia obra a lo que ha llegado a través del trabajo con niños pequeños , justamente utilizando el método freudiano lo que permitió descubrir la transferencia en niños muy pequeños. 

         En medio de aquella discusión hubo un ataque aéreo. Pero los miembros apasionados por su propia guerra, no lo advirtieron hasta que Donald Winnicott  les llamó la atención  respecto del ruido que venía del exterior. Según el relato que aparece en el libro de Phyllis Grosskurth, Winnicott manifestó: “Quisiera observar que está teniendo lugar un ataque aéreo”

          Vuelvo a escuchar la música del psicoanálisis. Buceando en la historia me apasiono con la pasión de los pioneros, y me apena pensar que no estamos hoy atravesados por la misma pasión. Se escuchan otras melodías, parecemos más interesados en discutir la realidad externa, la actualidad, lo social, que lo intrapsíquico, la neurosis, la psicosis, los conceptos fundamentales, en fin nuestro campo de trabajo. Los ruidos suelen venir del interior del movimiento psicoanalítico actual. A veces resultan como bombas que no nos permiten pensar ni avanzar, a veces tampoco nos permiten producir y producir en medio de crisis sociales, políticas y culturales, donde nos transformamos más en politólogos o sociólogos que en psicoanalistas. Freud escribió la metapsicología en tiempo de la primera guerra mundial, lo que resultó en un refugio productivo. En lugar de convertirse en analista político, sacó provecho de esa situación para el desarrollo de la teoría. Estas grandes controversias entre damas que se disputaban la filiación de las ideas de Freud también ocurrieron en tiempos de guerra, de la segunda guerra, donde como vimos, trabajos como el de Susan Isaacs fueron escritos en tiempos de la atroz segunda guerra mundial, cuando muchos de los analistas que participaban habían sido corridos de sus lugares de origen por el nazismo. 

            Anna Freud, sostenía en esta gran controversia, que su diferencia más destacada con Klein era que esta situaba el inicio de las relaciones de objeto poco después del nacimiento, mientras que ella no tenía motivos para cambiar su opinión de que hay una fase narcisista y autoerótica de varios meses de duración que precede a las relaciones de objeto. El niño, lejos de amar, odiar, desear o atacar a la madre se preocupa durante esta etapa, exclusivamente por su propio bienestar. La madre es importante en tanto instrumento de satisfacción en el esquema narcisista del niño. Hay que señalar que Klein se ocupaba de profundizar en la teoría a partir de los desarrollos del instinto de muerte postulado por Freud.

          Estas controversias terminaron con un pacto entre damas, centrado más que nada en acuerdos en función de la formación de los candidatos de la Asociación Británica. Este acuerdo evitó que la Sociedad Británica llegara a escindirse. Para algunos eso era muestra de la hipocresía inglesa, ya que sostienen que esto hubiera sido más honesto y beneficioso para la Asociación. Para otros, la Sociedad se benefició a largo plazo con el acuerdo.  

           Podemos señalar una vez más que nos sorprende que los psicoanalistas sucumban a pesar de tanto análisis, a sentimientos y conflictos tan primitivos.  Somos seres humanos al fin sujetos a los mismos sentimientos y conflictos que cualquier otro grupo de personas, a las rivalidades, los celos, la envidia, la ira. Sin embargo, creo que justamente por ser psicoanalistas debemos esperar de nosotros más que de otros grupos, debemos insistir en trabajar más aún en estos conflictos. 

         En “El malestar en la cultura” dice Freud que una de las fuentes de sufrimiento más importante es la que proviene del vínculo con otros seres humanos. A este padecer lo sentimos como el más doloroso, nos dice. En nuestra cultura psicoanalítica, también nos vemos obligados a sofocar la agresión y los instintos en su totalidad. No escapamos a ese destino. Los analistas estamos muchas veces orgullosos de nuestra capacidad de sublimación, de nuestra “cultura”, y dedicamos tal vez poco tiempo y espacio a pensar en las consecuencias de tanta renuncia pulsional.  Recordamos poco aquello de que es la cultura con su imposición de renuncia instintiva, con el grave daño que infringe a la vida sexual del hombre culto, la que nos hace neuróticos. Pareciera que los analistas estamos muy expuestos a la frustración, a la insatisfacción, y esto aumenta nuestro sentimiento de culpa, lo que hace que la convivencia entre nosotros sea realmente difícil. Tanto más cuanto muchas veces a lo largo de la vida se abandona el reanálisis con las consecuencias que esto trae a nuestra práctica y a la convivencia entre nosotros. 

         Muchas veces somos testigos en nuestra casa, del modo excesivamente correcto en el que disentimos cuando presentamos algún material. Para mi gusto, apelamos mucho a la formación reactiva, a fin de sofocar la agresión que el otro puede despertarnos. Por otra parte, cuando entre nosotros discutimos con vehemencia y tenemos desacuerdos, muchas veces es vivido por el otro como una afrenta personal y esto deriva muchas veces en una ruptura de relaciones. Todo esto nos deteriora como institución. Pienso que no podemos conformarnos con un destino empobrecedor para el psicoanálisis ya que tenemos las herramientas para pensarnos. 

Mahler y Freud: 

         Dice Reik en relación con la única sesión que Mahler tuvo con Freud:

         “ Una larga ristra de miembros de nuestra profesión psicoanalítica se mesarán los cabellos por la manera enteramente inortodoxa que revela el hecho de haber tenido lugar solamente una única sesión psicoanalítica, que duró toda una tarde , pero las situaciones y circunstancias extraordinarias (así como las personalidades extraordinarias) exigen medidas extraordinarias”

         Cuenta Reik que ante una crisis matrimonial Mahler decide consultar a Freud que estaba de vacaciones en Leyden, Holanda. Pero según Jones, en Viena, había cancelado dos veces una cita con Freud. 

         Mahler tenía una joven mujer a quien amaba con mucha ternura pero sin embargo no podía aproximarse a ella, según nos cuenta  Reik , “en el terreno de la carne”. 

         Fue alrededor de 1912 que Mahler se percata de su neurosis y así decide consultar a Freud, porque en ese tiempo ya se relacionaban los síntomas sexuales con el psicoanálisis. 

         Freud tiene con él una única sesión psicoanalítica. En ella le asegura a Mahler que por lo que él mismo conocía de su mujer, por el modo en el que ella adoraba a su padre, no podía amar y elegir sino a un hombre de su estilo, y que justamente su edad, a la que él tanto miedo tenía, era lo que lo hacía atractivo para esta mujer. 

         Esta sesión duró horas y tuvo un efecto profundo y duradero. Afirma Reik que a Mahler se le fueron las dudas e inhibiciones, sintió restaurada su capacidad de amar y fortificada su confianza en sí mismo.  

          A pesar de lo poco ortodoxa que resulta esta intervención, fue muy fructífera. Freud habla de ese encuentro con total naturalidad en una carta dirigida a Reik en 1935. En ella comenta cuáles fueron los puntos de la vida de Mahler que pudieron analizarse y cuáles no pudieron ni tocarse. 

        ¿Por qué darle lugar a este hecho en este trabajo? Creo que muchas veces se confunde el valor que le damos al psicoanálisis tal como fue planteado por Freud y los pioneros con la ortodoxia. La ortodoxia entendida como algo fuera de tiempo, rígido, inflexible, incapaz de adaptarse a situaciones extraordinarias. Más aún, habría que ver de dónde surge esa idea de ortodoxia que, por lo menos a mí, me hace pensar un analista silencioso, rígido, que sólo puede atender atornillado a su sillón y al encuadre, término este nada freudiano, que alude a algo cuadrado, encuadrado, rígido. Cuando leo los historiales de Freud, o este tipo de intervenciones de las que hay mucho testimonio, me pregunto de dónde surgió la idea del analista rígido, inflexible y silencioso en extremo.  

        ¿Podemos decir que Mahler tuvo un análisis con Freud? Desde luego que no. Podemos decir que tuvo un encuentro con un psicoanalista que aplicó el método lo más exhaustivamente que pudo para tratar de ayudar al compositor a hacer consciente lo inconsciente en lo que a su punto de urgencia se refería. Es bueno que los analistas velemos por las mejores condiciones en que pueda llevarse adelante el análisis. Sin embargo, es importante que sepamos aplicar nuestro instrumento a situaciones que así lo requieren, aun cuando no se den las condiciones para que un proceso de análisis se desarrolle. Los conceptos fundamentales están presentes desde la misma consulta que hace Mahler, quien ve inhibido su interés sexual en su mujer. Freud reconstruye su sexualidad infantil, la fijación a su madre, la idea de que su mujer tendría que sufrir como lo había hecho su propia madre. La inhibición de Mahler para amar. No tenemos noticia del trabajo sobre la transferencia, pero sabemos que Freud consideró a Mahler como una persona con una capacidad de comprensión psicológica admirable que se prestó a interesantes incursiones por su historia. Aclara también que no pudo penetrar la fachada sintomática de su neurosis obsesiva. Es lógico, no se puede pretender en un único encuentro curar una neurosis obsesiva, ni siquiera llegar a comprenderla de manera acabada. Podemos decir también, a juzgar por el material que presenta Reik, que Freud conocía bastante acerca de la vida de Mahler, quien ya era un personaje público. 

          Freud no parece muy preocupado ni por las críticas que esto podría provocar ni por la falta de ortodoxia de su intervención. Sin embargo el comentario de Reik con el que encabecé este apartado, parece implicar que ya en ese tiempo los analistas solían hacerse este tipo de críticas. Es un alivio ver que no hay nada nuevo bajo el sol, que los temas se repiten en todas las generaciones de analistas. En verdad esta carta sobre ese encuentro que Freud tuvo con Mahler es del año 1935. Es probable que en ese tiempo Freud estuviera más allá de todo, inmune a las críticas. Sin embargo, podemos recordar el sueño de la inyección a Irma, donde el motor de ese sueño es una situación traumática vivida en el día respecto de sentirse perseguido por las críticas de los colegas ante sus equívocos con una paciente.  Freud se siente especialmente sensible a los reproches que sus colegas pudieran hacerle respecto de sus errores en el tratamiento de Irma, quien además es amiga de la familia.  El tema de las relaciones entre los colegas retorna. 

        Otro tema que me interesaba cuando el libro de Reik cayó en mis manos, era justamente el psicoanálisis aplicado en los tratamientos a distancia. Yo sabía de este encuentro que Freud había tenido con Mahler, sabía que Freud consideraba que había tenido una sesión psicoanalítica que duró prácticamente toda una tarde. Y de hecho él se quedó satisfecho con esta intervención. Jones también da cuenta de esto. Por Jones, nos enteramos de que Freud atendió a Mahler en uno de sus viajes. Aunque no era su costumbre interrumpir sus vacaciones para atender pacientes, hizo una excepción por tratarse de una figura que admiraba. Es interesante pensar en qué es lo que le sucede a un psicoanalista cuando atiende a una figura prominente de su tiempo, a un famoso. De hecho hubo dos citas previas que fueron canceladas por Mahler, lo que Freud comprendió como dudas propias de una neurosis obsesiva. 

         Hay ciertas circunstancias que llevan a que los analistas hagamos excepciones en la aplicación del método, o inclusive con nuestros hábitos. Podemos hacerlo, pero fieles a lo que el psicoanálisis nos indica, es importante entender por qué, indagar nuestras propias motivaciones inconscientes.  

         Frente a este encuentro entre Mahler y Freud y el modo en el que es llevado a cabo este psicoanálisis, me puse en el lugar de Freud, y me pregunté si era fácil para él perderse la oportunidad de penetrar en la mente de un genio admirado en su tiempo, aunque fuera por unas horas. Recordé que muchas veces todos nosotros corremos el riesgo de admirar a nuestro “paciente notable”, y perder las condiciones para “faltarle el respeto”, en el sentido de meternos con todo sin la indulgencia que uno puede tener por alguien a quien admira o quiere. 

          Esto nos lleva a otras preguntas. ¿Podemos ejercer el psicoanálisis en su totalidad en cualquier condición? ¿Cuál es el límite para eso? ¿Acaso no es lícito que podamos adaptar el método cuando las condiciones lo requieren, ya que si no lo hacemos la persona no podría recibir ningún tipo de ayuda? ¿Hasta dónde es lícito esto de modificar el método, el setting, las condiciones de aplicación del psicoanálisis?

Sobre este tema tengo más interrogantes que respuestas, y por ahora hasta aquí  he llegado. Quedan estas preguntas abiertas para su próxima elaboración.

Conclusiones: el malestar en la cultura psicoanalítica.

 

         En 1979 Anna Freud se refirió al tema de la muerte del psicoanálisis y dijo: “Predecir la muerte del psicoanálisis está quizá de moda. La única respuesta inteligente es la de Mark Twain cuando un periódico anunció por error que él había muerto: “Las noticias de mi muerte son muy exageradas”? […] En muchos sentidos , el psicoanálisis da lo mejor de sí cuando es atacado”. Lo llamativo es que, en estos tiempos, como en el seno de la historia del movimiento psicoanalítico en sus orígenes, el psicoanálisis muchas veces es cuestionado y atacado desde el interior de las mismas asociaciones psicoanalíticas., pero con una diferencia. Ya no se trata de ataques al estilo de Jung o Rank con diferencias planteadas clara y frontalmente. El modo es más sutil. Se van haciendo modificaciones a algunos conceptos, se dice que así lo planteó Freud, se transmiten de ese modo, sin la honestidad de plantear que en ese punto el autor se diferencia de Freud, y de ese modo se transmite a las nuevas generaciones de analistas, las que repiten que eso fue lo que dijo Freud. Hemos tenido muchas veces la experiencia en los seminarios de discutir estos temas y de ver la sorpresa del candidato cuando busca en el texto citado aquello que se supone que dice Freud y sin embargo no encuentra el enunciado y se pregunta “¿De dónde lo saqué?” Quiero aclarar que pienso que puede ser muy provechoso que aparezcan nuevas conceptualizaciones, y claras diferenciaciones respecto de Freud. Melanie Klein, quien seguía el espíritu freudiano, para poder sustentar su trabajo con niños pequeños necesitó diferenciarse del desarrollo freudiano y planteó un complejo de Edipo temprano, y aunque defendía su derecho a seguir siendo considerada freudiana y psicoanalista, no le adjudicó a Freud tal concepto. Creo que la honestidad intelectual entre nosotros está, ante todo y sobre todo, en la enorme responsabilidad de transmitir el psicoanálisis. 

          Parece que la tarea de estar sumergidos en la sexualidad en tanto la cultura nos pide que sofoquemos nuestros instintos, nos resulta un conflicto difícil de resolver. Cada vez más las teorías se alejan de dicho concepto, cada vez más entre las explicaciones psicoanalíticas lo cultural es más importante que lo instintivo al momento de explicar las neurosis. Nuestras resistencias a la sexualidad, a la genitalidad, nos hace cada vez más pacatos, más inhibidos. A veces la presentación de un material donde consignamos algún diálogo en transferencia acerca de la vida sexual del paciente despierta horror en nuestros colegas. Ya sabemos que el horror es un indicio de la acción del superyó, de la represión. Del horror al prejuicio hay un paso. Eso es realmente peligroso para nuestros pacientes y para el destino de nuestra tarea. Ya decía Freud en “El malestar en la cultura”: “Me he empeñado en apartar de mí el prejuicio entusiasta de que nuestra cultura sería lo más precioso que poseemos o pudiéramos adquirir, y que su camino nos conduciría necesariamente a alturas de insospechada perfección.” ¿Cómo fue que hemos pasado a valorar tanto aquello que viene de lo cultural para explicar fenómenos psicoanalíticos? Me refiero a que al intentar dar explicaciones culturales, sociales, de las manifestaciones psíquicas, del padecimiento del ser humano, de la constitución psíquica, nos apartamos de nuestro campo de trabajo. Nos transformamos en otra cosa, abandonamos el psicoanálisis, nos transformamos en seres orgullosos de nuestra superioridad por sobre la de los animales, olvidando nuestro origen animal, olvidando a nuestros parientes los animales, como señala Freud. Olvidamos de este modo una premisa fundamental, y es que en lo anímico sobrevive el pasado, en el inconsciente sobrevive nuestro pasado, nuestra historia, la historia de nuestra familia de origen, la horda primitiva. Eso que para Freud es más una regla que una excepción: la conservación del pasado en la vida anímica. Sin embargo, hay otra consecuencia más importante en esta postura, y es que trabajamos entonces en favor de la cultura, y no del paciente, trabajamos para adaptar al paciente a la cultura. Abandonamos de este modo el fin más importante de nuestra tarea, y es la búsqueda de la verdad de cada uno.  No somos sacerdotes en busca de unión en comunidad, no somos políticos ni militantes, somos psicoanalistas. 

         He mencionado a lo largo del trabajo la importancia del análisis del analista. Sé que es algo obvio, casi no debería señalarse. Sin embargo, muchas veces las obviedades requieren de desarrollo y explicación, más aún, requieren que sean señaladas una y otra vez. 

         A pesar de lo tedioso de mi insistencia, lo reconozco, creo que vale la pena desarrollar su sentido. Es como un sueño recurrente, si insiste es porque aún no se ha interpretado en su totalidad su sentido, es porque hay cosas por aclarar y elaborar. 

        Mi insistencia en este tema se debe a que me he topado muchas veces con analistas muy formados que descreen del análisis, por lo menos para sí mismos. He escuchado a analistas que han escrito investigaciones muy serias y profundas acerca del psicoanálisis, decir en jornadas de instituciones psicoanalíticas reconocidas que ya no creen en el psicoanálisis, que ya no lo practican, aunque no han renunciado a su título (me refiero a que continúan diciendo de sí mismos que son psicoanalistas). He escuchado también transacciones en relación con el método, entonces se puede decir que el análisis de tres o más veces semanales es para los analistas, y no así para los no analistas. Así que hoy podríamos hablar de dos psicoanálisis: el de los analistas y el de los no analistas. Creo entender algunas cuestiones actuales. Ya no estamos en los tiempos en los cuales los analistas sólo atendían a alguien si se prestaba a tratarse con una alta frecuencia semanal de sesiones. Entiendo que hagamos concesiones a la época. No por eso es necesario naturalizarlo, quiero decir que no hay un análisis para analistas y otro para no analistas. Hay concesiones de los analistas en tiempos difíciles, o en función de la economía. Es verdad que un analista no puede darse el lujo de analizarse poco o con una baja frecuencia semanal, por lo menos en tiempos de formación (y en el por lo menos me veo a mi misma sucumbiendo a las concesiones a esta época). 

        Creo que es importante empezar por ser honestos. Me refiero con esto a que cuando hacemos un cambio en función de ceder a la realidad de nuestro tiempo, sepamos que se trata de eso, no nos engañemos con teorías que podrían enmascarar nuestras propias resistencias. Entiendo que todos nos vemos hoy en la necesidad de tomar este tipo de actitudes, pero tengamos el cuidado de llamar a las cosas por su nombre. He escuchado también la argumentación de que hasta tres veces por semana está bien, más, es un exceso. Lo que nos recuerda a las reacciones del paciente en plena reacción terapéutica negativa, donde siente que más es mucho para él, que ha llegado muy lejos, demasiado lejos y que eso es demasiado ya que él no se lo merece. Sin embargo, creo que como analistas nos merecemos mucho análisis, mucho desarrollo, mucho trabajo, ya que estamos sometidos muchas horas a ser caja de resonancia de emociones que pueden ser muy tóxicas para nosotros. Trabajamos en transferencia y la transferencia, lo que significa que con cada paciente nos entregamos al juego de ser esos diferentes personajes de su mundo interno, y eso puede ser riesgoso para nosotros. Alguna vez Betty Garma me dijo que había observado que los analistas que con los años trabajaban muchas horas y dejaban de analizarse, terminaban muchas veces enfermando. 

         En este momento se discute en nuestra institución la cuestión de la necesidad o no de cierta reforma de la formación psicoanalítica. Pareciera haber una tendencia a facilitar más las cosas, o abandonar la formación llamada tradicional, aquella que comenzó con la propuesta de Eitingon en Berlín.  Creo que a la hora de plantearnos reformas en la formación es bueno preguntarnos si el programa que elegimos y las modificaciones que estamos dispuestos a hacer permitirán que los analistas desarrollen su oído de modo tal de ser capaces de escuchar esa música del psicoanálisis, o si estamos atendiendo a la demanda o compitiendo con otras instituciones que hacen las cosas más fáciles. 

        Algo de esto me recuerda a lo que sucede muchas veces cuando se habla de los métodos tradicionales de enseñanza en las escuelas versus los modernos. Beatriz Sarlo, en un artículo donde reflexiona acerca de las lecturas que se ofrecen a los chicos en la escuela, dice: “La escuela no debe ser sólo una prolongación de la vida cotidiana, que fluye sin cortes entre la calle y el aula, sino un lugar donde la cultura cotidiana, de algún modo se interrumpe para que puedan entrar otra cultura, otros saberes y otras actitudes. […]están en la escuela para salir con una cabeza transformada por lo que aprenden y no con un perfeccionamiento  de lo que ya saben. 

        Salvando las enormes distancias que hay entre la escuela y un instituto de formación psicoanalítica, creo que hay algo que define a nuestro tiempo y que genera confusiones en lo que a la trasmisión de conocimientos se refiere en general. En estos párrafos identifiqué algo que sucede en la formación psicoanalítica y en su cuestionamiento actual. Creo que algo de lo tradicional debe conservarse. Las modificaciones deben tener en cuenta siempre la excelencia en la formación del analista. No se trata de hacer la cosa más fácil, con menos trabajo, porque ser psicoanalista y hacerse psicoanalista es trabajoso, los tiempos de formación son importantes para la identificación con el pensamiento freudiano, si se quiere para lo que podríamos llamar la identificación primaria que atañe al ser del psicoanalista. Ese legado, esa música, debemos cuidarlo. Creo que un analista debe, parafraseando a Sarlo, salir con su cabeza transformada como resultado del trípode de formación: el análisis personal, la supervisión y el estudio en seminarios de la obra de Freud y de autores postfreudianos. La actualidad es importante, pero no debe ser lo central en la formación del psicoanalista. 

        En la misma línea dice la autora que la espontaneidad es sospechosa cuando concierne a algo que debe aprenderse con esfuerzo.  Y el esfuerzo, el trabajo, tiene su valor en la formación del analista también. No se puede serlo sin trabajo. 

Una reflexión similar encontramos en Reik: “Contemplando retrospectivamente esa fase de mi vida, me sorprendí ante la enorme influencia que la literatura, sobre todo la de los grandes poetas como Goethe, tenía entonces sobre la vida de los jóvenes…Me pregunto si la literatura ejercerá una influencia similar sobre la vida de las generaciones futuras tan grande en la imaginación como la poesía. ¿No degenerará, si no se le proporcionan los alimentos adecuados?”

        Es una linda pregunta para que nos hagamos los analistas cuando pensamos en la formación de los analistas y la formación permanente de los analistas que ya hemos pasado por instituto, ¿Cuáles son los alimentos que necesitamos para tener la convicción en el psicoanálisis capaz de mantener viva a nuestra ciencia? Mi deseo es que nuestra institución pueda ofrecer que un analista se forme con los cánones que esperaba Freud: “El plan de estudios para el analista está todavía por crearse, debe abarcar tanto temas de ciencias del espíritu _ psicológicos, de historia de la cultura, sociológicos_ como anatómicos, biológicos y de historia evolutiva…”  Tal vez esté influenciada por el espíritu del texto que guía este trabajo, por las ambiciones de dos grandes: Mahler y Reik, y me imagino, para seguir con las metáforas musicales, una institución a la altura de nuestro teatro Colón, que perdura en el tiempo con su aire tradicional a pesar de su apertura a la música popular. 

Lic. Claudia Mizrahi

Bibliografía

 

Abadi Mauricio: “El coro y el héroe”. En Revista de psicoanálisis, TXVI, N°4, año 1959

Freud Sigmund: (1905). “El chiste y su relación con lo inconsciente”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

(1912). “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores

(1912).“Consejos al médico”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

(1923). “El yo y el ello”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrotu Editores.

(1923). “Dos artículos de enciclopedia: ‘Psicoanálisis’ y ‘Teoría de la libido’” 

(1926). “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”. En Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Editores

Garma Ángel: “Los contenidos latentes de las discordias entre psicoanalistas”. En Revista de psicoanálisis, TXVI, N°4, año 1959

Grosskurth Phyllis:  (1986). “Melanie Klein su mundo y su obra”. Editorial Paidós, 

Klimovsky Gregorio: Comunicación personal. 2004

Reik, Theodor: “Confesiones de un psicoanalista”, 1965, Horme/Psicología hoy

“Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler”, 1975, Taurus Ediciones, S.A.

Roudinesco Elizabeth, Plon Michel: (1997). “Diccionario de psicoanálisis”. Buenos Aires: Paidós

Sarlo Beatriz, “Lecturas escolares”, 2005

Dejanos un comentario.
Nos interesa debatir