Autora: Claudia Mizrahi
“…Sus pensamientos están en otra parte. Ya no son prisioneros en esas barracas sucias y frías. Ya no enfrentan cada mañana con su estómago vació y el miedo constante. Somos libres, lejos de los muros del gueto que esconden tanto sufrimiento y pesar donde la muerte acecha a sus miles de víctimas, lejos de allí, alrededor de una mesa entre tantas cosas y rostros queridos, allí es donde los pensamientos de todos están, en el resplandor de las llamas de las velas ardientes ellos ven esa hermosa e inolvidable imagen que cobra vida… Su Hogar”
Introducción:
En el corazón de la ciudad de Praga, en la actual República Checa, se encuentra un museo del holocausto dentro de una sinagoga. En él, me encontré con un particular testimonio del horror: los dibujos de los niños que fueron deportados al campo de concentración de Terezin. Investigando, di con el libro que lleva el nombre “Dibuja lo que ves”, el pedido de un padre a una niña, Helga Weissovà, quien entiende que su destreza para dibujar le permitirá documentar el horror. Helga escribe también un diario desde la ocupación nazi, su deportación a Terezin y luego su calvario en el campo de extermino de Auschwitz. Retratos de una niña que sufre la aterradora maquinaria nazi desde sus 11 años y medio hasta los 15.
El impulso de saber (y tal vez, de rescatar a esos 15000 niños de Terezin de los cuales solo 100 sobrevivieron al holocausto) me llevó a la investigación. Y algo más: en sueños un personaje cerró de golpe una puerta que yo abría. “¡Sh. silencio! Se van a enterar de mi viaje…” me ordenaba una voz. Y yo me daba cuenta de que el personaje tenía una deuda con aquellos que no debían saber de ese viaje. Supe que se trataba de mi deuda con mis ancestros, con los que perecieron en los campos de exterminio nazi y con mi querida Oma quien despertaba en mi con sus relatos la misma tristeza que la lectura del diario íntimo de Helga.
Se trata entonces de un trabajo de psicoanálisis aplicado. En él me propongo descubrir ambas caras del holocausto: el horror, el sistema del terror y la destrucción, por un lado, pero sobre todo la esperanza de vida y la creatividad que permitió a esta niña de casi doce años preservar su mundo interno, su libertad de pensar a partir de la advertencia de su padre: “Dibuja lo que ves”. En esa exhortación el padre le pide que mire bien a su alrededor, que esté atenta, que ya no hay muñecos de nieve, hay horror, hay hambre, hay deshumanización, y ella puede además con sus dibujos que más tarde la convertirán en artista, testimoniar lo que ve. Mi hipótesis es que esta indicación la impulsó desde su libertad interior a sobrevivir. A preservar sus identificaciones a retenerlas en su interior evitando que la persecución y el terror desmantelaran por completo su psiquismo.
Los objetos de estudio son: El libro de Helga Weissovà: “Draw what you see.” A Child´s Drawings from Theresienstadt /Terezín publicado por primera vez en 1988 y “Helga´s Diary”, (2013) el diario íntimo de la pequeña Helga escrito durante su cautiverio en Therezin.
Abriendo la puerta del terror para pensar el holocausto
“Que gran suerte para el gobernante que la gente no piense”
Adolf Hitler según Rauschming (1985 citado por Alice Miller, Pág.7)
Para entender lo sucedido es importante rescatarse del horror que produce y enfrentar al monstruo preservando nuestra mente, nuestra capacidad de pensar. Resulta difícil aceptar que se trató de un acto cometido por seres humanos contra otros seres humanos para quienes la categoría de “semejante” aplicaba con una restricción brutal. Nos tranquilizaría más pensar que fueron monstruos, porque entonces no tendríamos nosotros nada que ver con esa crueldad. Pero no lo fueron: fueron humanos. Como sabemos “los monstruos existen, pero no son demasiado numerosos para ser verdaderamente peligrosos, los que son realmente peligrosos son los hombres comunes” (Primmo Levy, 1987, cditado por Fernando Weissmann pág. 595 versión digital). A esa misma conclusión incómoda llegó Hannah Arendt y la llevó a escribir su Informe sobre la Banalidad del Mal.
Si de pensar se trata, ahí está el psicoanálisis para dar cuenta de la fuerza de destrucción de la que el hombre es capaz, ¿será ese el motivo por el cual Hitler mandó a quemar las obras de Freud? Recordemos las palabras de Freud en 1937:
“Llegué a Viena, cuando tenía 4 años, procedente de una pequeña ciudad de Moravia. Después de 78 años de asiduo trabajo hube de dejar mi hogar, vi disuelta la sociedad científica que había fundado, destruidas nuestras instituciones, nuestra editora (Verlag) ocupada por los invasores, los libros que había publicado, confiscados o reducidos a pulpa, mis hijos expulsados de sus ocupaciones…”
( Citado por Kijak,2012 en pág.890 versión digital)
Se trata entonces de pensar, pensar y pensar como afrenta al orgullo de los nazis que se alegraban con la idea de que la gente no piense.
Así, la necesidad de argumentar que fueron monstruos asegura la distancia necesaria para quedar a salvo. Nosotros, en cambio, deberíamos poder ver en un espejo lo que podría habitarnos. Digamos, ese hombre primitivo de la horda que resurge bajo determinadas circunstancias en el fenómeno de masas, que anhela un líder capaz de evocar la seguridad y temeridad de un padre infalible e implacable, que despierta el fanatismo, la idealización y el orgullo de ser amado por él. En esa transferencia idealizada vuelve a exteriorizarse la sumisión al padre, es decir, aquello que se había internalizado en la constitución del Superyó. Es el líder quien garantiza con su amor la vida del fanático. Recordemos, por ejemplo, que el saludo que había impuesto Hitler tenía el significado de “Salve Hiltler”. Y ese saludo nos horroriza porque el Superyó nos amenaza con su presencia encarnada en Hitler.
Así, en “¿Por qué la guerra?” (1933), Freud nos recuerda que el derecho fue en su origen fuerza bruta. Para Freud las guerras pueden a veces ser pensadas tan sólo como un pretexto para dar rienda suelta al placer de agredir, de destruir. Es decir que los seres humanos tenemos que luchar contra algo que está en nosotros mismos: el instinto de muerte, el placer de destruir. Sin embargo, parece haber una salida posible: la unión en la identificación con los otros, oponer al prejuicio que nos podría hacer ver un enemigo en el diferente, la idea de comunidad. En otras palabras, la violencia podría ser quebrantada por la unión.
Entonces, en la lectura del testimonio de nuestra pequeña Helga, recordé un libro que había leído hace más de treinta años: “Por tu propio bien” (1982). Es un libro de una psicoanalista alemana, Alice Miller, que hace un estudio de lo que se dio en llamar “La pedagogía negra”, es decir, un sistema tortuoso y severo de educación que imperó en Alemania en los años en los que fueron educados los niños que de adultos seguirían fervientemente a Hitler. Se trata, según la autora, de una colección de escritos en la que se describen las técnicas del condicionamiento temprano y de humillación de los niños, tendientes a transformarlos en personas obedientes a la autoridad. El sistema incluía el engaño al niño y permitía que la persona no pudiera advertir lo que estaba ocurriendo realmente. Esta sumisión total de la voluntad del niño al adulto se vio reflejada en la sumisión política al sistema totalitario del tercer Reich. Hitler, por ejemplo, afirmaba saber lo que era bueno, justo y necesario para su gente.
Por otro lado, la autora presenta un estudio de los más fieles colaboradores de Hitler: todos tenían historias de padres severos fervientes creyentes de la “pedagogía negra”. Sin ir más lejos, en 1943, Himmler, con ocasión del reconocimiento a las tropas de las SS por el papel desempeñado en el exterminio judío, afirmaba:
“…Es una cosa fácil de decir. El pueblo judío está siendo exterminado…La mayoría de ustedes sabe lo que significa ver 100 cadáveres, o 500 o incluso 1000. Haber aguantado esto y seguir siendo personas decentes, es lo que nos ha endurecido…hemos cumplido con esta difícil tarea por amor a nuestro pueblo. y al hacerlo no hemos sufrido daño alguno en nuestro fuero interno, en nuestra alma…” (J. Fest. 1963, págs. 162, y166, citado por Alice Miller, pág. 84).
Ni más ni menos: resabios de esa pedagogía. Es que de lo que hace gala Himmler es del orgullo que siente por la dureza absurda que exige que cualquier signo de debilidad en el propio yo deba ser combatido. Sin embargo, el psicoanálisis sabe de su debilidad: permaneció sometido a su Superyó encarnado en su líder, a quien siguió hasta la muerte. No era un hombre libre.
Creatividad y elaboración se oponen al nazismo. Retratos de la vida en Terezin y Auschwitz.
“…Considerad si es una mujer quien no tiene cabellos ni nombre ‘Ni fuerzas para recordarlo. Vacía la mirada y el frío regazo…”
Primo Levy (2015, Pág.9)
Helga describe en su diario con mucha precisión todos los pasos que iban llevando lentamente a los judíos a su exterminio. Ella es una niña de once años que permanece atenta y despierta, aún por la noche. En su casa, antes de la deportación al campo de concentración, se discutía mucho de política y actualidad. Helga recuerda que los adultos conversaban sobre la libertad que iban perdiendo por ser judíos, sobre como preservar la educación de los niños que tenían prohibido asistir a la escuela. En esos diálogos, los niños participaban sino activamente, al menos con su presencia.
Pienso que esto ayudó a Helga en su capacidad de percibir los indicios que le permitirían sobrevivir. El sistema por el cual fue educada Helga es opuesto al de la “pedagogía negra”. Respetada y amada por sus padres, pudo preservarse. Con sus dibujos y la narración de su diario, lograba conservar las huellas de su identidad. En su diario cuenta que, cuando le tocaba trabajar en la agricultura, lograba “desobedecer” a los nazis y, por ejemplo, contrabandear comida extra para su barraca. Del mismo modo, a los 15 años, cuando es deportada de Terezín a Auschwitz con su madre, se hace pasar por una chica de 18 y oculta el lazo afectivo con ella poniéndose en la fila opuesta para evitar la separación que, por vínculo familiar, le esperaba.
Por otro lado, se dice que Hitler solía expresar entre sus íntimos: “…nos produce un placer muy especial secreto ver como la gente que nos rodea no se da cuenta de lo que realmente está sucediendo” (citado por Alice Miller pág.70). Es que el régimen nazi se proponía tanto el asesinato psíquico como físico de los judíos. Pienso que esta niña encuentra el modo de impedir su muerte psíquica cuando retrata lo que ve y escribe lo que vive en los trozos de papel que encontraba por ahí. Así, Helga nos cuenta en sus notas y sus dibujos como los nazis los iban despojando de a poco de todo. En un principio a los niños judíos se les prohibía asistir a las escuelas y a las plazas (2013):
“La gestapo… propagaba terror por todos lados…”, en poco tiempo y “…lentamente nos fuimos habituando al nuevo régimen, estábamos entumecidos…” (pág. 13,14).
Entonces, cuando el aparato psíquico percibe la situación de riesgo de vida reacciona con señales de alarma que permiten indicar el peligro inminente, y prepararse o escapar. Pero el nazismo había armado un sistema que impedía, con las mentiras y promesas de futuras mejoras, defenderse del peligro: “Arbeit macht frei”, condensa en el sarcasmo de la frase ese mecanismo.
Lo interesante es que Helga cuenta en su diario que el primer dibujo que hizo en Terezin pertenecía a un recuerdo del invierno en Praga. Eran dos niños jugando con un muñeco de nieve. Cuando su padre lo vio, le dijo: “Dibuja lo que ves”. Podríamos decir que la indicación funcionó de advertencia al mismo tiempo que le daba una posibilidad de elaboración de la situación penosa que vivían. Helga dirá unos años más tarde que ese primer dibujo enviado a su padre fue el último dibujo infantil que realizó. La advertencia era: “a partir de ahora aquí, en los campos de concentración, se acabó la infancia”.
Y si, como sabemos, un peligro externo se vuelve significativo para el yo si ha encontrado una interiorización, Helga encontraba modos de poner diques a esa amenaza y evitar la demolición yoica (Viñar marcelo, 1985), el desmoronamiento del mundo interno. Así la escritura de sus notas y los retratos que hacía eran un verdadero trabajo psíquico que le daban libertad de pensamiento.
Si hacemos un recorrido por sus dibujos, encontramos por ejemplo que “En el patio” (1943, Pág. 58), la niña retrata la falta de privacidad y el poco espacio que había para tanta gente. Así fue como las personas decidieron tirar abajo las paredes que unían los pequeños patios para ampliar el lugar. A falta de espacio físico, Helga se expandía dibujando y ampliando las representaciones disponibles para elaborar la situación.
Y si, como sabemos, un peligro externo se vuelve significativo para el yo si ha encontrado una interiorización, Helga encontraba modos de poner diques a esa amenaza y evitar la demolición yoica (Viñar marcelo, 1985), el desmoronamiento del mundo interno. Así la escritura de sus notas y los retratos que hacía eran un verdadero trabajo psíquico que le daban libertad de pensamiento.
Si hacemos un recorrido por sus dibujos, encontramos por ejemplo que “En el patio” (1943), la niña retrata la falta de privacidad y el poco espacio que había para tanta gente. Así fue como las personas decidieron tirar abajo las paredes que unían los pequeños patios para ampliar el lugar. A falta de espacio físico, Helga se expandía dibujando y ampliando las representaciones disponibles para elaborar la situación.
En cambio, los dibujos que retratan Auschwitz no tienen color. Auschwitz era el trabajo esclavo, la deshumanización, todo era gris. Son hechos con posterioridad a su liberación. Ahí dibuja figuras demacradas, rostros cadavéricos, cuerpos desnudos, amontonados y apilados. Retrata de ese modo la deshumanización del hombre. Helga sabe en su interior que recordar es evitar la muerte, es testimoniar la atrocidad. El holocausto se encontró con un arma inesperada: su capacidad de elaboración del horror a través de su arte, su necesidad de contarle al mundo lo que allí ocurría. Si el nazismo se ocupó de borrar rastros y huellas, si aún hoy existen posiciones negacionistas de lo ocurrido, Helga con sus dibujos y su diario fue trazando un mapa del horror, y construyó a la vez un refugio donde en sus pensamientos podía conservar todo lo que había aprendido en su vida anterior al cautiverio.
Ahora bien, en su diario Helga describe cuan desesperante era convivir con los piojos, cuántos llegaba a contar por noche, el tamaño que tenían. Incluso ya en el último tramo, cuando estaba en la llamada “caminata de la muerte”, aún sabiendo que el destino final podía ser la cámara de gas, ella seguía preocupada por sacarse los piojos y las pulgas de encima. Hay también un dibujo al que tituló “Buscando piojos” de 1943 (Pág. 31) dando cuenta cuan insufrible era esa situación. Vemos que para Helga cuidar de su cabeza fue prioritario. La lucha contra los piojos podía representar la lucha contra la invasión y proliferación en el interior de su cabeza de la intrusión del parásito nazi. De este modo ella luchaba contra las ideas parásitas, contra la sumisión. Sus objetos buenos internos eran más fuertes que el régimen. No iban a permitir su muerte psíquica.
Algunos dibujos que hizo Helga en Terezín muestran la esperanza de volver a Praga, como el dibujo titulado “Cumpleaños, deseos”. (1943) Se ve en él a una niña que carga sus pertenencias y en el cruce de un camino, dos carteles: uno señala Praga, y hacia el lado opuesto Terezín. El detalle de llevar sus pertenencias consigo hace pensar en su determinación de preservar sus riquezas. Muestra, a mi modo de ver, su convicción de llevar siempre con ella sus recursos. También el cruce del camino representaría las dos opciones: Terezín y el olvido de su identidad, o su hogar y el refugio de su mundo interno. La esperanza, y el deseo de recuperar el hogar persistía hasta la deportación a Auschwitz. Helga soñaba con el retorno y hacía el trabajo de recordar su vida en Praga. Se contaba a si misma los detalles de su vida anterior. Por las noches no sólo dibujaba lo que ocurría, también fantaseaba con el regreso a casa, con la recuperación de su vida en libertad.
También resulta conmovedor el retrato en 1943 para el cumpleaños de su amiga, Franzi, a quien conoció en Terezín. Lo tituló “Para su cumpleaños número 14”. Allí en Terezín supieron que habían nacido en la misma maternidad, Helga el 10 y Franzi el 14 de noviembre de 1929. En el dibujo Helga diferenciaba el pasado, el presente y vislumbraba el futuro representado por el año 1957 cuando caminarían juntas con sus hijos por Praga. Este era su proyecto de vida. El gueto no había acabado con su fertilidad, con sus identificaciones. La vida y el deseo de vivirla, era más fuertes que la muerte. Muchos años después en una entrevista Helga dirá que no comprende como es que las mujeres sobrevivientes de los campos de concentración han podido tener hijos a pesar de las torturas a las que fueron sometidas. La pregunta hecha desde el recuerdo del dolor físico, del ataque a sus vínculos afectivos, de esa presencia contante de un cuerpo doloroso, sufriente, desecho, totalmente a merced del torturador, que hace desaparecer toda presencia del mundo que no sea aquella centrada por la experiencia actual. (Marcelo Viñar, 1985). Recuerdo del nombre borrado sustituido por un número para que desde esa humillación corporal la persona olvide quien es. También dirá que no sabe por qué sobrevivió.
La culpa del sobreviviente difícilmente se puede evitar. Muchas veces la persona siente que no es ni mas inteligente ni especialmente menos sometida que los demás. Me atrevo a decir que la historia de Helga relatada en su diario y en sus dibujos, permite dar una pista de las herramientas con las que contó, la capacidad de elaboración de lo penoso y del horror en sus dibujos diarios, el mandato del padre de devenir en testigo de ese horror pienso que fueron de gran ayuda. Fundamentalmente la preservaron libre de pensamientos y proyectos, seguramente colaboró para que salvara su vida.
A pesar de las prohibiciones, de los ataques a la sexualidad y a la vida en familia, Helga conoció el amor en el gueto. No fue por mucho tiempo, pero se enamoró de Otto, un tiempo antes de cumplir los 15 años. Algo que era festejado por sus padres. Sin embargo, el despertar de su sexualidad se vería interrumpido por el dolor de la deportación de su padre a Auschwitz.
Así describe ella su despedida:
“… Con mi cabeza apoyada contra su pecho puedo percibir el latido de su corazón…escucho tu corazón, siento su temblor, y aún así su latido es firme y decidido. Decidido a enfrentar la batalla que le espera, preparado para las heridas que pueda recibir, sangrando por la herida que golpea en el mas vulnerable de los sitios: la despedida. Y aún así, late.”
El triste relato da cuenta de su capacidad de expresión, y de la riqueza del vínculo con su padre. Un padre que aún sabiendo que va a una muerte segura, tiene un corazón fuerte. Dice Freud (1939):
“…esta vuelta de la madre al padre define además un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de lo sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento y sobre una premisa. La toma de partido que eleva el proceso del pensar por encima de la percepción sensible se acredita como paso grávido en consecuencias”.
Sabemos que una de las fuentes de sufrimiento mayor es la que proviene del vínculo con los otros seres humanos, pero también es de la misma fuente de donde proviene lo que mas necesita el ser humano, ser amado y protegido. Si el nazismo, como dijimos es una expresión de los seres humanos, un padre con un corazón fuerte que introduce las herramientas para salir de la sola experiencia de los sentidos para elevar el pensamiento por encima de la percepción sensible es la condición con la contó Helga para salvar su mundo interno del exterminio.
Algunas conclusiones:
Sabemos por Freud que el trauma es un hecho individual, lo que puede resultar traumático para un individuo no lo es para otro. Sin embargo, aclara que hay traumas universales: el nacimiento, el destete, final del complejo de Edipo, etc.
José Treszezasmsky (2021), nos cuenta que Freud en algunos escritos, cita a Lessing en su obra Emilia Galotti, que dice: “Quien en ciertas circunstancias no pierde su entendimiento, es que no tenía ninguno que perder” haciendo clara alusión a que hay acontecimientos en la vida que arrasan con la razón de cualquiera.
Sin embargo, existen algunas excepciones y es nuestra tarea como psicoanalistas aprender de esas excepciones para comprender los mecanismos y condiciones que permiten que alguien no sea arrasado por la locura, o mejor dicho encuentre caminos de retorno de las situaciones riesgosas. Me atrevo a decir que encontré en los dibujos y el diario de esta joven un testimonio de vida de alguien que no pierde la razón aún en las peores condiciones. Mucho se ha escrito sobre el sufrimiento y las secuelas del nazismo. La vida de Helga después de Auschwitz no fue sencilla. El sufrimiento continuó por unos años, volvió a vivir en Checoslovaquia, un régimen totalitario de persecución y prohibiciones. Tal vez por eso sus dibujos y textos no fueron tan conocidos desde un principio. Sin embargo, me gustaría pensar el concepto de trauma en la infancia, y sobre todo en la infancia de esta niña, con el recorte que disponemos.
Desde el punto de vista psicoanalítico una situación es traumática cuando el aparato psíquico es arrasado por la magnitud de la vivencia, del acontecimiento, y no dispone de representaciones para elaborar la situación. Esto implica la ruptura de la protección antiestímulo, que consta del apronte angustiado, la percepción intermitente y las representaciones de expectativa que permiten identificar lo que sucede. La incapacidad de tramitar lo vivido, deviene en traumático con la consiguiente represión y olvido del acontecimiento, y una fijación a dicho a trauma. Muchas veces se considera algo traumático por la intensidad del acontecimiento, como puede ser todo lo vivido por la autora, sin contemplar las condiciones que anteriormente he descripto. Recordemos que Freud en “Inhibición síntoma y angustia” diferencia una situación traumática de una situación de peligro, y anuda esta última a la sensación de desvalimiento. Sin duda la vivencia en el campo de concentración nazi era una experiencia de peligro para el yo. Teniendo en cuenta que este escrito trata de un psicoanálisis aplicado a una producción literaria y artística, podemos afirmar que en las obras citadas se ve a las claras que la niña no describe situaciones de desvalimiento, pareciera que los adultos estaban siempre a su lado haciendo lo que mejor podían para cuidarla. Y de ese modo la ayudaban a mantenerse libre de los “enemigos interiores”. Vemos también que Freud (1925) señala que uno de los efectos negativos del trauma es que nada se recuerde donde la evitación es su principal expresión, lo que puede llevar a inhibiciones o fobias. O sea, la inconscientización, el olvido es lo que “enferma”. Vemos entonces la importancia del trabajo de elaboración de esta niña en cuanto a mantener vivos sus recuerdos y en ese intento de conservar el dominio de su aparato psíquico, lograba preservar su libertad a pesar de estar en cautiverio. Podemos decir en resumidas cuentas que la capacidad de historizar, a modo del proceso de análisis, permitió que Helga otorgara sentido a todo lo penoso que le tocaba vivir, y de este modo se oponía a la muerte.
Así en el caso de esta niña de 11 años pareciera haber una diferencia entre la realidad externa hostil y cruel, y su realidad interna, su interior tan rico. Helga escribía porque su voz interior no podía ser silenciada. En cambio, sabemos que muchas de las personas que vivieron el holocausto, escondieron esa vida detrás de un muro de silencio. Coincido con Fernando Weissmann cuando dice que los sobrevivientes del holocausto veían en la evocación del recuerdo de estos hechos el peligro de reactivar núcleos traumáticos que contienen enormes cargas de angustia y de terror que prefieren no volver a sentir, es por eso que muchos optaron por el silencio. A su vez el sufrimiento que esto produce en sus hijos al escuchar estos relatos los transforma a ellos mismos en los nazis torturadores. Algo así como “la memoria ayuda a vivir, y la misma memoria tortura” (J. Fuchs, Citado por F.Weissmann, Pág.596 versión digital). Podemos pensar que en su temprana adolescencia Helga contó con las herramientas para hablar, elaborar, y no olvidar. Los psicoanalistas a la hora de pensar los regímenes de terror, así como las situaciones extremadamente penosas a las que alguien puede estar sometido a lo largo de su vida, debemos destacar la importancia que estas herramientas le dan para preservar su mundo interno. El valor que la libertad de pensar y de sentir tienen para evitar la fractura del aparato psíquico. Si el trauma tal como lo he descripto, implica olvido y fijación, implica también continuar en cautiverio a merced del verdugo, o atrapado en aquella situación penosa.
Anna Freud, en diferentes trabajos propone tener en cuenta la diferencia entre lo que externamente los adultos observan en los hechos ocurridos y lo que realmente producirá en un futuro patología en los niños. Señala que en general no sabemos sobre qué elemento o aspecto determinado recaerá el conflicto emocional. Esta última afirmación la respalda con su experiencia con los niños que sufrieron las consecuencias de la guerra y de los campos de concentración. Dice: “…donde deberíamos desenterrar recuerdos de muerte, destrucción, violencia y odio, encontramos por lo general huellas de separaciones, limitaciones motrices y carencias (de juegos y gratificaciones), junto con los habituales desarreglos emocionales que ocurren en la vida de todo niño.” (1985)
Esto me permite preguntarme: en el caso de esta niña ¿se trató de un hecho traumático en sentido psicoanalítico estricto o de un hecho extremadamente penoso? Pienso que Helga a través de su arte y de su capacidad de expresión pudo luchar contra el primer objetivo de los nazis: la deshumanización, la despersonalización, la transformación en un número que olvida su nombre. Helga comenta en una entrevista, que alguien le dijo alguna vez que su arte es pesimista. Me permito disentir con esta idea. Veo en los dibujos y el arte de Helga una esperanza. El arte utilizado como testimonio, como elaboración de lo penoso, de ese horror sin nombre que aún 80 años después seguimos bordeando y remedando con palabras en un intento de rescatar a la humanidad de la atrocidad que los hombres comunes son capaces de cometer, un triunfo de personas poco comunes.
Helga logró con su testimonio retratar a los nazis, burlar la prohibición de dibujar, de pensar y de ser humano. Se demuestra una vez más el poder de las palabras, del pensar, de la riqueza de un mundo interior que conserva vivos a sus objetos buenos internos. Entiendo que lo que denominamos “intimidad” es justamente ese mundo interior, ese espacio donde podemos decidir y pensar con libertad. Dónde podemos ser auténticos a pesar de la opresión externa.
Por otra parte, creo que es importante hablar del proceso de duelo en la infancia y en particular cuando se viven situaciones tan extremas. Sabemos que Terezin era un campo de concentración con condiciones que permitían cierta organización y cuidado de los niños. Al escribir estas líneas siento la necesidad de aclarar que de todos modos se trataba de estar en cautiverio en un ghetto en condiciones paupérrimas donde esta niña escribe en su diario que si ella no lo hubiera visto con sus propios ojos no lo hubiera creído. Convivía con mujeres de mirada perdida con los ojos rojos de tanto llorar, en barracas atestadas de gente que al acostares a dormir los pies de unos tocaban la cabeza de los otros. Aún así, las condiciones particulares de este ghetto permitían cierto cuidado de los niños. Por ejemplo, decidir que todos los niños durmieran juntos, y las mujeres aparte, preservando cierta intimidad. Las puertas del guetto se abrían a veces por la mañana y se cerraban por la noche, esto les permitía caminar “libres” por las calles. Además, en Terezín había muchos científicos y artistas, entonces a pesar de las condiciones inhumanas en las que vivían, la vida cultural era rica. Los niños asistían junto con los adultos a los conciertos o a escuchar a los poetas recitar sus poesías, así como presenciaban conferencias que se daban en los espacios comunes o en algunos dormitorios. Helga describe esta vida cultural como una fuente de esperanza y fortaleza, que despertaba el interés de todos.
Sabemos que para que un niño transite un proceso de duelo es necesaria la contención de los adultos que impidan el desmoronamiento de su personalidad, que otorguen sentido a lo que van sintiendo, que contenga los desbordes emocionales y pulsionales que estos niños pudieran padecer. No se me escapa que, en este caso, los adultos también transitaban su duelo muchas veces sumidos en una profunda melancolía, sin poder reponerse. Sin embargo, las condiciones de vida en las que había sido criada Helga, su capacidad de elaboración a través del dibujo y la escritura, así como su capacidad para aprovechar la riqueza de la vida cultural junto a su madre con quien permaneció hasta el final de su cautiverio, generaron las condiciones para elaborar el duelo que implicaba la pérdida de todo lo que había significado una vida que ella misma describe como de niña mimada. En su diario nos cuenta como los adultos se preparaban para lo peor y preparaban a los niños, sabían que la deportación sería inminente, y se ocuparon de anticiparles la gravedad de la situación, así como de ayudarlos a despedirse de su hogar y de sus seres queridos.
Por eso pienso que en el ghetto ella pudo dibujar niños soñando, dando cuenta de que la vida continuaba a pesar del dolor, de la tristeza y de la muerte. Como vemos en este dibujo
Pienso que el mundo interno rico y las condiciones que he descripto anteriormente permitieron que Helga continuara confiando en la vida.
Como en este dibujo de la pág. 101.donde nos cuenta como ella fantaseaba con manjares, leche y miel, y un grupo de gente llegando con toda esa comida para su cumpleaños. Sabemos que la comida en el gueto era el regalo más preciado.
Por mi parte, el nazismo y los documentales sobre el holocausto poblaron un trozo de mi infancia. Un recuerdo de mi niñez sobrevino cuando visitaba la Sinagoga de Praga: mi abuela acercándose al televisor cuando había documentales sobre la guerra, para mirar de cerca con sus lentes las imágenes de los hombres en los campos de concentración. Muchos años después esa escena cobró sentido para mi: intentaba reconocer a alguno de sus hermanos deportados a Auschwitz. Mis preguntas desde niña, mi necesidad de saber la llevaron a levantar ese manto de silencio con el que cubrió esa triste historia y a mi me llevaron a ser psicoanalista.
Bibliografía:
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